Publicado por DV & archivado en Antifascismo, Burgos, crónica, Represión.

Desde DV queremos expresar nuestra más enérgica repulsa ante los hechos ocurridos durante la tarde de ayer sábado en Burgos. Nuestra ciudad volvió a ser tomada militarmente por un despliegue de fuerzas antidisturbios con la intención de amedrentar las protestas contra la convocatoria ultraderechista que, camuflada bajo eslóganes estudiantiles y con el beneplácito de la Subdelegación del Gobierno , recorrió las calles del centro histórico.

Así­ mismo, aprovechamos para mostrar nuestra solidaridad con las dos personas detenidas acusadas de unos daños en entidades bancarias que, según podrá demostrarse, no se habrí­an producido en la tarde de ayer sino durante las protestas de hace algunas contra la remodelación de la plaza de Toros.   Abarrotar la ciudad con policí­a antidisturbios proveniente de otros lugares, una costumbre que comienza a ser ya habitual entre nuestros gobernantes, provoca este tipo de situaciones que, sino fuese por la gravedad de los hechos, podrí­a calificarse  de cómica o surrealista, cuanto menos.

Estado de Sitio

El sinsentido de estas detenciones y el abrumador despliegue policial pone en evidencia la lógica maquiavélica de quienes detentan el poder que sólo saben  responder con represión y Estado de sitio frente a las reivindicaciones sociales.

ACTUALIZADO 02/12/2014: A través del blog Gamonal ni un paso atrás, la Asamblea de Gamonal realiza una crónica de lo ocurrido el sábado en nuestra ciudad sumándose a la denuncia del Estado de sitio y represión indiscriminada.

2 Comentarios para “Denuncia del Estado de sitio y solidaridad con los detenidos”

  1. Lí¤is

    PERROS DEL CAPITALISMO.

    El hombre, el ser humano –se dice—no es por naturaleza bueno ni malo. Es el medio en que se desarrolla quien lo hace como es: unas veces perverso, avaro y egoí­sta; otras veces magnánimo, noble, desinteresado.

    No vamos a discutir ahora hasta donde tienen razón estas teorí­as. Pero nos permitiremos hacer varias preguntas: ¿Cómo se explica que en un mismo pueblo en una misma casa e hijos de una misma madre, sean unos amables, bondadosos, nobles, y otros sean viciosos y egoí­stas? ¿Porqué esa diferencia tan enorme? ¡Ay…! ¿ en qué ambiente se habrán desarrollado unos hombres que por un miserable sueldo se prestan a defender al capital y al Estado, y disparan sus armas mercenarias , frí­amente o furiosamente, hasta sobre su propia madre, si así­ se lo ordenan sus superiores? ¿A qué grado de degeneración e insensibilidad no habrán llegado estos hombres que, pudiendo vivir libremente, con la conciencia limpia y tranquila, prefieren vivir obedeciendo, y matando a sus propios semejantes, por un miserable puñado de calderilla?

    ¿A que estado de animalidad y de perversión no habrá ascendido la humana especie para engendrar en su seno esos monstruos, insensibles al dolor y carentes en absoluto de sentimientos nobles y elevados?

    Son estos las defecaciones del organismo social, que se desembaraza de lo que no puede asimilarse.

    Son la carroña, los parásitos, los perros que ladran en la portada de la heredad capitalista; los perros que ladran y muerden al transeunte o al hambriento que va a coger unas frutas que el mismo a cultivado, mientras el amo digiere tranquilamente su hartazgo, confiando en ellos, en sus perros, la salvaguarda de sus intereses…

    A cambio de este y útil y fiel servicio ya recibirán un dí­ su mendrugo y algún puntapié en el trasero. Pero su bajeza canina llega a tanto que se arrastran y lamen la mano del dueño que le enarbola el látigo…

    Sí­; estos son todos los que lacayunamente, de una forma baja y vergonzante se ponen en contra de sus hermanos de clase y defienden los intereses de sus amos…

    La vida está mala.

    El hambre es mucha –suelen decir, para justificar sus acciones, torturas, crí­menes…

    Tengo tantos hijos que constantemente me piden pan, y no puedo dárselo.

    ¡ Eso es…! Perfectamente.

    Sufres miserias, privaciones, hambre…

    ¿No se te ha ocurrido nunca pensar dónde radican las causas de que sufras esas miserias y privaciones?

    No; Seguramente.

    No has pensado jamás que esas causas radican en la mala organización social. Si lo hubieses pensado, no te decidieras a ponerte de parte de los que se benefician con esa mala organización, sino que, como todo obrero consciente, te pondrí­as en contra y tratarí­as de combatir esas causas.

    ¿Que adelantas con ponerte al servicio de la sinrazón y de la injusticia?

    Yo soluciono mi problema económico – me contestarás.

    ¡Desgraciado! ¡A que precio solucionas tu problema! Tú solucionas el tuyo y los demás que los parta un rayo. O lo que es peor: que tú mismo te conviertas en ese rayo de la tormenta social que cae, insensible e inhumanamente, sobre tus hermanos.

    ¡Triste papel es ese, que para medio comer tú y los tuyos, has de privar a los demás de lo suyo, del pan para sus hijos!

    ¡Triste papel el de guardar las espaldas a los tiranos que viven de la explotación y del pillaje legalizados!

    ¡Triste papel el de impedir que tus propios hermanos, que tienen las mismas necesidades que tú, pero que no quisieron descender, al bajo nivel que tú has descendido, puedan satisfacer sus ansias de libertad, de pan y de justicia!

    ¡Triste, si tristí­simo papel el tuyo guardador del orden público; que con sólo que te unieras a tus hermanos y no te prestaras a defender las injusticias de los de arriba, tendrí­amos el problema resuelto!

    ¿Qué daño te han hecho a ti, desgraciado, esos hombres santos y nobles, esos idealistas soñadores que luchan por la felicidad y el bien común?

    ¿Por qué les odias tanto, si ellos no pretenden sino que la felicidad y el amor reinen sobre la tierra?

    ¿No es cosa justa, humana y racional lo que anhelan?

    ¿No es una idea sana, bella y hermosa por la que luchan?

    ¿No sueñan en hacer la felicidad de todo el género humano sin exceptuarte a tí­ que tanto les odias, ni aun a los tiranos que tú tan incondicionalmente defiendes?

    ¿No tratan de acabar con todos los privilegios y con todas las injusticias?

    ¿Por qué, entonces, ese odio fratricida hacia ellos; ese ensañamiento en el castigo, ese frenesí­ en cumplir las órdenes que os dan vuestros amos?

    ¿Por qué habéis de ser los lobos de vuestros mismos hermanos, siendo vosotros tan esclavos y tan miserables como ellos, que necesitáis ganar un mí­sero sueldo para no morir de hambre?

    ¿Por qué no dejáis a los burgueses que empuñen ellos mismo las armas y defiendan sus intereses?

    ¿Por qué habéis de ser vosotros, que no tenéis donde caeros muertos, quienes hayáis de defenderlos?

    ¿No comprendéis que estáis siendo los verdugos, no solo de vuestra misma clase, sino también de la de vuestros hijos?

    ¿Qué habéis ganado ni adelantado después de haber matado a un ciudadano o, en caso contrario, de haber perdido la vida en la refriega?

    ¿No notáis como los amos, vuestros amos los que os pagan para que os matéis en su defensa, se rí­en de ver vuestra estupidez y vuestro servilismo?

    ¿Qué habéis logrado con exponer la vida a cambio de un salario vil?

    ¿Es que soñáis, acaso, con haceros héroes de alguna leyenda? Pues no sois sino bufones de los que os mandan.

    ¿Es que no comprendéis esto?

    ¿Qué causa noble es la que defendéis que no os importa la vida?

    ¿Qué ideal de justicia aspiráis a implantar sobre la tierra que no os asusta la muerte?

    ¡Oh……!!

    ¡Fijaos en vuestra obra!

    ¡Recrearos bien en ella, que es digna de vosotros mismos…!

    ¡Contemplad esas cárceles rebosantes de seres que no han cometido más delito que no tener pan y tener, en cambio, un corazón para sentir y un cerebro para pensar…!

    ¡Mirad a esas inocentes criaturas, a esos tiernos retoños a quienes habéis privado del cariño y amparo paternos, condenados a la orfandad, a la miseria, al vicio, al pillaje…!

    ¡Esa es, pues, vuestra obra! Podeis estar orgullosos de ella…!

    ¡Ay….! ¡! Pero vosotros no podéis comprender toda la grandeza , todo el heroí­smo y toda la sublime abnegación que encierran en su pecho esos hombres que se lanzan a la calle a conquistar su pan y su libertad! ¡Vosotros no podéis comprender cuánta diferencia existe entre aquellos que exponen su libertad y su vida en la conquista de un Ideal que beneficia a todos, y aquellos otros que la exponen por un vil salario, por obediencia ciega a sus amos en defensa de los intereses de una clase mil veces maldita; entre los que luchan por el bien de toda la humanidad y aquellos que sólo obran impulsados por odios de clase, sin tomarse siquiera el trabajo de pensar a quién benefician o perjudican sus actos. . .! ¡!No…; no lo podéis comprender ni lo comprenderéis jamás, porque vuestro cerebro se halla atrofiado y vuestra sensibilidad embotada. . .! ¡No.! no tenéis más que estómago, pero un estómago que no se harto nunca con el bendito pan ganado honrada y noblemente, mientras el sudor chorrea por la frente o el frí­o entumece los miembros!

    No sabéis, no, no podéis saber jamás, de esa placidez y de esa felicidad interior que da la conciencia tranquila y el deber cumplido; porque no pueden sentir ni lo uno ni lo otro quienes son instrumentos ciegos al servicio del Estado-capital , de la injusticia; del más fuerte, del que paga para imponer el terror a sus ví­ctimas, cuando no la muerte!

    Sois los representantes de una época de insensibilidad y de barbarie, entronizada paralelamente al apogeo de la maquinaria moderna, del puñetazo, del puntapié, del boxeo y de la fuerza bruta.

    Sois una pieza más de la gran máquina represiva estatal que insensiblemente aplasta a la humanidad doliente. ¡í‰poca maldita!

    Taylorismo. Racionalización. Superproducción. Hambre. .

    ¡Hambre , esclavitud, miseria, en los unos!

    ¡Orgí­as, fastuosidad, vicios, abyección, lujos en los otros. . .!

    Un mundo que se hunde; otro que se levanta.

    Una sociedad que muere y otra que renace.

    ¿Y esa burguesí­a infame, depravada, salvaje y feroz que, no obstante estar ahita de sangre proletaria y de millones robados a la clase obrera, quiere aún continuar disfrutando esos privilegios. . .?

    Esa canalla dorada que con el dinero que estafa a los trabajadores, paga después a su jaurí­a para lanzarla contra los que se atreven a protestar. . .

    Esa clase capitalista mil veces malvada, mil veces canalla, mil veces criminal, que consiente, por mantener su predominio injusto, que todo un pueblo sucumba de hambre y enloquezca de desesperación.

    Esa clase capitalista a la que los trabajadores debemos tener muy en cuenta para cuando sea llegada la hora de la revancha; esa clase que con su oro, sudor cristalizado y sangre obrera coagulada, soborna a los gobiernos – dignos lacayos de sus intereses –, soborna a toda clase de autoridades e instituciones, puesto que todo se mueve a su servicio y en su defensa; esa clase ha de desaparecer del mapa humano, en que representa una mancha de sangre coagulada y en descomposición.

    Si no fuera así­; si esa clase prostituida y sifilí­stica no desapareciera del mapa de la humanidad, no tendrí­amos los hombres dignidad, hombrí­a ni vergí¼enza.

    Y vosotros polí­ticos miserables de todos los tiempos de todos los matices, de todos los colores, de todos los partidos, de todas las banderas; vosotros sois tan responsables como la misma burguesí­a, como el mismo capital, de la situación critica y delicada en que se halla la clase trabajadora.

    Entre la religión y la polí­tica tienen castrado al pueblo.

    La religión fue el opio del alma en tiempos pretéritos; la polí­tica es el opio del alma en los tiempos modernos.

    Vosotros , polí­ticos desaprensivos, explotadores de la conciencia humana, sois los que habláis al pueblo de sus derechos en ví­speras de elecciones, para que, creyendo una vez mas en sus falsas promesas, os eleven a la cúspide de los mas altos cargos representativos de la nación.

    En dí­as de elecciones, repetimos, le habláis al pueblo de sus deberes y sus derechos. Les decí­s que tienen derecho a sentarse en el banquete de la vida; que tiene derecho a disfrutar de todos los goces y de todos los placeres que disfruta el potentado; de que tiene derecho a una vida holgada y cómoda y que tiene derecho a ser libre.

    Y bien; ¿qué habéis hecho vosotros después que el pueblo os votó y os llevó al pináculo de la dirección y administración de las naciones?

    ¿Qué habéis hecho en beneficio de ese pueblo noble y sufrido cuyas espaldas os habéis montado?

    Aahh..! No es preciso decirlo. Los hechos son demasiado elocuentes para que haya necesidad de pintar un cuadro tantas veces visto y tantas veces repetido en la historia de la humanidad.

    ¡Pobre pueblo! ¡Tantas veces engañado, insultado, ametrallado, escarnecido, ultrajado. . .y aún , ¡aún! no ha abierto los ojos del todo; aún no se ha dado cuenta exacta de quienes son sus verdaderos enemigos! Y el mayor enemigo del obrero es el polí­tico, el gobernante.

    El polí­tico , si no es gobernante, aspira a serlo. Dentro de la polí­tica no es posible la igualdad, ni en derechos ni en deberes, porque la existencia del gobierno, sí­mbolo y representación del Estado, implica ya por lo menos, el reconocimiento legal de dos clases; los que gobiernan y los gobernados.

    Eso de la igualdad ante la ley que tanto alardean los “socialistas”, no es más que un tópico manido para cazar incautos. Pura demagogia.

    La única libertad y la única igualdad posibles están en la Anarquí­a, donde desaparecen todas las clases, todos los privilegios, todas las jerarquí­as y todas las desigualdades e injusticias.

    Es un gran error el de los polí­ticos obreros, particularmente el de los marxistas, cuando tanta guerra dan y tanta bandera hacen del tan manoseado frente único.

    “Todos debemos estar frente a la burguesí­a y frente al capitalismo” –dicen–. Y los ingenuos trabajadores, los que tienen una visión reducida del panorama social, le hacen coro diciendo: “Si; todos debemos estar unidos contra nuestro enemigo común, que es el capital”.

    Sin embargo, nosotros nos vamos a permitir hacer algunas objeciones a estos confiados trabajadores.

    No negamos, ni mucho menos, que todos los trabajadores debemos estar unidos contra nuestros enemigos, y así­ lo venimos recomendando siempre; pero ante todo veamos cuales son nuestros mayores enemigos. Los polí­ticos que enfáticamente proclaman esta necesidad, ¿están ellos , realmente, contra el capitalismo y contra la burguesí­a? ¿No es, como hemos dicho atrás, un medio de propaganda efectista, y cuya propaganda están muy lejos de llevar a la práctica?

    La burguesí­a y el capitalismo son, ciertamente, nuestros más irreconciliables enemigos. Pero, ¿cuáles son las causas principales de que se mantengan en pie, sino el propio apoyo que ellos le prestan y la obra divisionista y castradora que realizan en las masas obreras?

    Si en vez de inculcarles a los hombres la idea de que se necesita un gobierno que dirija, administre y haga cumplir las leyes –ya sabemos cómo dirigen, administran y hacen cumplir las leyes nuestros gobernantes republicanos-socialistas–, se les inculcara la plena libertad y la plena igualdad, no tolerarí­an los pueblos, como hoy toleran, tanta injusticia y tanta miseria.

    Además, no es, como se cree, la-burguesí­a nuestro mayor enemigo, sino el Estado, que con sus instituciones armadas la defiende. Que desaparezca el odioso Estado, con toda su complicada maquinaria: instituciones,burocracias, militarismo, magistratura, cárceles y demás engranaje; toda esa fuerza coercitiva que vive del sudor ajeno, de chupar la sangre del pueblo y para oprimir a pueblo; que desaparezca todo esto y se quede la burguesí­a sin esa defensa y sin ese apoyo, y veremos, entonces, el tiempo que dura en pie como clase. Ni un solo dí­a. Ni un solo momento.

    El capitalismo, es decir, la presente organización social, tan mal administrada como peor dirigida, solo se mantiene en pie al amparo de la violencia organizada y legalizada.

    El Estado y sus representantes son, y no los burgueses, los que hacen y ejecutan las leyes represivas.

    El Estado o sus representantes son, y no los burgueses, los que van a arrancar al campesino el producto de un año de fatigas y desvelos, con contribuciones, arbitrios y gabelas, etc, etc.

    El Estado, o sus representantes los policí­as o guardias civiles o de asalto, son los que van a casa de los luchadores a detenerlos, encarcelarlos o , si es necesario, aplicarles la ley de fugas. A nada de esto va ningún burgués, aunque son ellos los beneficiados con esas medidas gubernativas.

    En fin, el Estado es el guardián del capitalista y del burgués, y él o sus representantes son los que se enfrentan al pueblo cuando éste quiere satisfacer una necesidad a la que tiene derecho, pero que la rapacidad burguesa se lo impide. El estado es. Pues, la fragua en que se forjan las cadenas que oprimen a la Humanidad; la máquina infame cuyo engranaje nos tritura, nos aplasta y nos descoyunta. Por lo tanto el Estado es el mayor enemigo de la clase obrera, el mayor lobo del hombre.

    Y bien; ¿qué tienen que objetar a esto los marxistas y todos los obreros que con más o menos buena fe defienden la necesidad de un Estado, aunque sea demócrata? ¿Pueden hablar de frente único ni de estar frente a la burguesí­a, los que a toda costa quieren mantener el Estado?

    ¡No! Los únicos que de verdad están contra la burguesí­a y contra el capital son los que también están contra su punto de apoyo, que es la polí­tica, el gobierno, el Estado, en una palabra. Todo lo demás es pura farsa, y los obreros que de verdad anhelan emanciparse de toda tiraní­a, deben darse cuenta bien de esto y tomar buena nota de ello.

    La clase trabajadora en general debe adoptar una resolución firme y única. No debe andar con medias tintas.

    Cuando todos los sistemas polí­ticos han fracasado o están en bancarrota; cuando los llamados partidos obreros, o dicho con mayor propiedad, cuando los jefes o dirigentes de los partidos se alí­an con los gobiernos burgueses y colaboran descaradamente con el capitalismo, la clase obrera debe situarse en una posición clara y bien definida, que no deje lugar a dudas ni confusiones respecto a sus aspiraciones y luchas.

    Y tenga en cuenta la clase obrera lo que, con toda sencillez y con toda claridad, le vamos a decir a continuación: en la actualidad tenemos presente el siguiente dilema: a polí­ticos o antipolí­ticos. No hay términos medios.

    Dos tipos de centrales obreras hay en España: una polí­tica, otra antipolí­tica.

    Los obreros que pertenecen a la primera han de estar, quiera que no, bajo la tutela de los propios gobernantes, puesto que ellos, los obreros, con sus votos, les han llevado al poder. Tienen el deber de apoyarlos en le gobierno, no solo ha ellos , sino también su obra.

    Quiera que no, el obrero se hace cómplice de los actos de violencia que el gobierno que él mismo nombró con su voto y apoya con su actitud usa con los trabajadores que se rebelan.

    Los que pertenecen a la segunda central obrera, han de estar también, quiera que no, frente al gobierno y frente a toda tiraní­a. Tienen el deber de propagar y obrar contra la polí­tica, contra la propiedad, contra los ricos y contra el Estado y la Religión.

    Y no solamente han de encauzar sus luchas en el sentido de alcanzar mejoras dentro de este régimen estatal, sino que han de procurar ir minando, socavando, destruyendo el principio de autoridad, en el cual descansa. Y no deben parar tampoco aquí­ sus aspiraciones sino que deben ir construyendo en su cerebro primero y en la práctica después, los planos de otra sociedad más perfecta y armónica que la que tratan de destruir.

    Los trabajadores conscientes y que tengan sentimientos humanos, aunque sean polí­ticos, no deben hacerse cómplices de los actos de los gobiernos contra los que se rebelan; porque esto demuestra que no se ama la causa de la liberación humana y además ue se está dispuesto a emplear esos mismos procedimientos en cuanto que la casualidad le depare un cargo de autoridad. El hombre sano moralmente, el que de verdad siente las penas y miserias de los demás, piense como piense, tenga el ideal que tenga, ese no se alegra del mal de otros compañeros, ni se hace cómplice de la injusticia, apoyando a los victimarios; ese protesta del crimen y se solidariza con los caí­dos, con los suyos, con sus hermanos de clase, aunque haya por medio la barrera de un ideal.

    Pero para obrar así­ se necesita ser í­ntegro, no estar castrado ni corroí­do por la envidia o por mala fe. Se necesita no tener aspiraciones bastardas ni egoí­smos insanos, ni monomaní­as de grandezas, como les pasa a muchos.

    Se necesita tener un alma vil y miserable; se necesita haber descendido al nivel de los depravados para no sentir el dolor ante los caí­dos en las garras de la llamada justicia y no sentirse arder la sangre en las venas. Pero aún se necesita ser más malvado y más canalla para aplaudir esos crí­menes y para manchar, encima, la virtud de las victimas, con las calumnias y hechos que no ha tenido lugar más que en la lengua viperina de ellos, de los cobardes que con su contacto manchan todo cuanto tocan.

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