Reproducimos a continuación un artículo realizado por Raquel Ruiz Miranda, integrante de la Asociación Chrysallis,de familias de menores transexuales para reflexionar sobre la realidad cotidiana que miles de personas transexuales tienen que vivir y sufrir.
Desde hace ya tres años mis primeros “buenos días” son para la gran familia Chrysallis, me asomo al chat con mi café y comienzan los mensajes.
Tenemos grupos de whatsapp muy, muy activos. En estos grupos compartimos dudas, experiencias, recursos… Reímos, lloramos y rabiamos juntes. Y aplaudimos, aplaudimos mucho cada pequeña batalla ganada.
Otra cosa que hacemos es desearnos suerte, docenas de emoticonos de dedos cruzados y cactus (nuestros tréboles diversos). Suerte cada vez que acudimos con nuestres hijes a las consultas médicas, suerte cada vez que hay que hacer un trámite administrativo, suerte cada vez que nos ponemos delante de cualquier mostrador de atención al público exponiendo la intimidad de nuestres hijes para pedir, por favor, que sean respetades….
Y a mi, me da un pellizco. Suerte… porque no depende de si cumplimos mejor o peor con los requisitos que se nos exigen, que son siempre demasiados, sino de que la persona que esté al otro lado del mostrador use el sentido común o empatice con nuestres peques.
Estoy harta de desear suerte, ¡deseo JUSTICIA!, porque todas las personas tienen los mismos derechos y la ley debería encargarse de que así sea.
¿Por qué tenemos que mendigar favores? ¿por qué dependemos de la suerte?
Estamos tan acostumbrades a que nos miren raro, nos cuestionen, pongan en duda nuestra capacidad como madres y padres, nos juzguen… que aplaudimos cuando nos tratan bien. Tremendo pero cierto. Todas las personas tienen derecho a ser bien tratadas, y con todo el respeto.
Son numerosas las ocasiones, cuando realizamos algún trámite que, viendo las caras y pegas que nos ponen, parece que llegásemos a complicarle la mañana a la persona de turno, como si nos moviera el ánimo de amargarles el día por capricho… no son conscientes de la importancia que tiene para la persona que lo solicita. Y así es como vamos por el mundo con una armadura puesta, haciendo equilibrios entre la buena educación y la exigencia de los derechos de nuestres hijes. No nos podemos dar el lujo de “montar el pollo”, porque su tranquilidad no depende solo de nosotres, sino de la administración y debemos ir con pies de plomo. Parece que sino, tenemos las de perder…
Hay personas que no son consciente de que esos 10 minutos que les supone escuchar y entender, pueden llenar de aplausos un chat… y de sonrisas una vida. Que ver su nombre en una tarjeta sanitaria supone ir al médico sin angustia por verse señalades en una sala de espera. Que, sin su nombre en el carnet de instalaciones deportivas de su ciudad, esa persona no hará uso de ellas…, o algo tan surrealista como que el abono transporte sea nominal y con foto, y tengan que contar su vida al conductor del autobús para poder pagar un precio justo como el resto de personas de su edad….
¿Por qué? ¿POR QUí‰? ¿Cómo le explicas esto a una persona de cinco, siete o doce años?…..
Quiero aplaudir todos los días, sí, pero por otras razones, porque mejoran en sus notas, porque el libro que cogió en la biblioteca es fantástico, porque en natación quedó en primer lugar, porque en el autobús nos encontramos con una persona querida… Y no porque en todos estos sitios no nos miraron raro ni violaron sus derechos fundamentales…
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