Publicado por DV & archivado en Burgos, Plaza de toros, todos somos animales.

A continuación reproducimos un estremecedor relato que ha llegado de manera anónima sobre casos de torturas y muerte acaecidos en Burgos.

Yo vivía con mi familia en el municipio de Hontomín, en la provincia de Burgos. Tal vez eran las 4 de la madrugada, tal vez la 6, no lo sé, dormía plácidamente. Pero mi sueño se vio quebrantado por unos hombres, creo que eran cuatro y no los había visto nunca. Por sus voces diría que eran hombres de nacionalidad española. Me despertaron a hostias, patadas y golpes. Para evitar los golpes no tuve más remedio que seguir sus instrucciones, salir de mi hogar y entrar en un pequeño vehículo, apenas cabía en aquella caja en la que además apenas entraba luz. Sudaba de terror y estaba aturdido, tal vez me habían “chutado” algo, quizás un tranquilizante, noté un pinchazo justo antes de subirme al vehículo. De todas formas para nada estaba magullado, ni herido, mis captores pese a haber sido violentos me habían tratado con respeto comparado con lo que me esperaba más adelante. El vehículo comenzó a moverse, pero mis párpados pesaban demasiado, como os digo sospecho que algún tipo de tranquilizante o somnífero estaba en mi organismo y desfallecí en aquel habitáculo que, para ser honestos,no era mucho más grande que un puto féretro. Por mi mente solo pasaba aquello que decían mis amigos: eran ciertas aquellas desapariciones de algunos de los nuestros, pero nunca estaba claro quiénes eran, las razones ni cuándo sucedían. Estaba asustado temía por lo que vendría después, aunque el futuro me sorprendió para mal.

Cuando desperté el vehículo se había parado y me ordenaron moverme de nuevo, no sabía qué hacer. No sé bien por qué pero traté de quedarme en la caja en la que me habían metido, supongo que por miedo a lo que pudiera pasar. Al no moverme me pegaron con palos hasta que decidí avanzar todavía algo aturdido por la droga que me habían suministrado. El siguiente habitáculo era más grande que en el que había estado anteriormente y algo más confortable (nada que ver con mi hogar, por supuesto). Quería irme, quería volver a casa, estaba asustado. En el tiempo que estuve allí me trataron medio bien, hasta vino a verme un doctor para ver si estaba herido. Pero no hay que olvidar que una cárcel es una cárcel aunque esta sea más cómoda que la anterior.

Pasó el tiempo, no sé cuánto, no tenía forma de medirlo, quizás el estrés y la ansiedad que me embargaban no me dejaba pensar con claridad, ¿un día? ¿dos?. Mi nivel de angustia iba creciendo. ¿Cuándo sabré por qué han hecho esto? Al menos saber qué me esperaba, estaba aterrorizado.

Comenzó a oírse bullicio, había bastante jaleo fuera de mi celda, tal vez vengan a liberarme, pensé, ojala.

De pronto, se abrió mi puerta. ¿Qué hago? ¿Corro? ¿Será una trampa? No sé si tomé la decisión correcta, pero el instinto de supervivencia me hizo salir corriendo a toda la velocidad que pude por un largo pasillo lleno de otras puertas. Seguí recto hacia una puerta que parecía dar a la calle, pero cuando la atravesé se cerró tras de mí. Eso no era buena señal, es como si hubiera elegido la salida que mis captores querían que escogiera.

¿Dónde estaba? ¿Un circo romano? Sin duda no podía ser, estamos en 2022 ya no se usan los circos romanos. Miré en todas direcciones, una barrera impedía que saliera de allí. Parado en el centro contemplé el lugar en el que estaba. Yo solo, abajo, en la arena, mientras una muchedumbre aplaudía mi cautiverio, mi agonía. Ingenuo de mí, no sabía que lo peor estaba por llegar.

De pronto, un hombre salió a mi encuentro, me gritaba y llamaba mi atención con un trozo de tela rojo. No sé por qué, pero fui hacia él. La gente aplaudió, yo no entendía nada. Tras un rato dando bandazos de una lado a otro de ese círculo, el del trapo se marchó. Bueno, no había sido para tanto, con el miedo que yo tenía. Pequé de ingenuo otra vez. De pronto, un caballo y un señor (después de lo vivido cambiaría la palabra señor por torturador) salieron a la arena. Curioso me acerqué. Mierda no, eso dolió, joder dolió mucho. ¿Qué me había clavado en mi espalda? ¿por qué la gente aplaudía? Creía que eran personas pero parecían salvajes. El torturador (el primero de ellos) desde su caballo clavó una especie de lanza en mi espalda, todas mis terminaciones nerviosas se estremecían de dolor. Lo hizo con tanta saña, ¿qué le había hecho yo? Aquí empecé a verlo claro, ese día no iba a acabar bien para mí. El torturador del caballo abandonó la arena. Yo no sabía dónde meterme, cómo escapar, cuando de repente otro hombre salto a la arena, este llevaba consigo unos palos de colorines, no me percaté de la punta que llevaban hasta que el torturador número dos me los clavó en mi espalda. Y la gente volvió a aplaudir, ¿por qué aplaudían mi dolor? Esta acción se repitió hasta en tres ocasiones. Ya eran cuatro los torturadores que me habían atacado.


Después de esto, el primero, el hombre del trapo rojo salió de nuevo. Juro que corrí hacia él con todas mis fuerzas, a estas alturas ya tenía claro que eran o ellos o yo. Pero él y su trapo me mareaban. Después de unas idas y venidas cambió el trapo. No estaba seguro, pero me pareció ver una gran espada debajo de él. Estaba casi seguro que era mi fin. Intenté defenderme, pero mi asesino clavó su espada sobre mí dándome muerte. Mientras respiraba mis últimos alientos, mientras mi corazón latía por última vez, vi como toda esa gente “civilizada” se ponía en pie para aplaudir mi asesinato. Eso fue lo último que vi y que oí antes de morir en el Coliseum de Burgos.

Fdo. Un toro de lidia

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