Publicado por DV & archivado en Burgos, Textos.

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Artí­culo del Perdigón nº 47 disponible en la red aquí­.

Como se ha podido ver en Perdigones anteriores nuestro director en su afán de llegar a ser un buen escritor recurrió a la Escuela de Escritores durante el curso pasado. Mejorar no es que haya mejorado mucho, aunque, cada vez se acerca más al editor del Diario Burgos, al cual admira por la profundidad de sus artí­culos. En este ejercicio se pedí­a una carta abierta a un diario y no se le ocurre otra cosa que redactar este escrito:

Diario de Burgos
Cartas al director:
Señor director: Estoy en total desacuerdo con la entrevista que el pasado 13 de abril se realizó al editor y constructor de esta ciudad: D. Antonio Miguel Méndez Pozo.
En ella, manifestaba este señor que los precios tan abusivos que estaba alcanzando la vivienda se debí­a al alza que habí­a experimentado el suelo, lo cual repercutí­a en el costo de la misma.
Decir esta media verdad es querer ocultar la parte de culpa que los constructores han tenido durante los últimos veinte años que han dirigido, controlado y especulado con un derecho consagrado en nuestra constitución.
Mire usted: Soy vecino de un pueblo del alfoz donde el ansia especulativa no tení­a lí­mites. He visto constructores llegar maletí­n en mano a casa del labrador que durante generaciones ha estado labrando la buena tierra para el sustento y ponerle veinte millones de pesetas encima de la mesa. Esos señores, trajeados, bien hablados y perfumados, despertaron en el hombre amante de la tierra y las tradiciones la codicia que ellos traí­an escondida.
Y no solo el maletí­n compraba la tierra; otro se llevaba al ayuntamiento para que el terreno fuera urbanizable y otro más, para aquella asociación que se oponí­a por motivos ecológicos y culturales. Y dinero y más dinero fueron haciendo de nuestros campos, de nuestras playas, de nuestros paisajes, lugares llenos de cemento.
Y la corrupción se fue extendiendo. Poceros humildes, albañiles, alcaldes, concejales, ministros, hermanos, amigos y parientes, fueron olvidando aquello que hace grande al ser humano: la honradez, la generosidad, la honestidad, el servicio a la comunidad y a las leyes que hacen posible la convivencia. Todo valí­a, la codicia fue instalándose en lo más profundo del ser humano y…como se dice por estas tierras: Mamón el último.
Estas formas de actuar fueron las que hicieron de la vivienda una cárcel para la inmensa mayorí­a de la juventud de nuestro paí­s. No fue el labrador abriendo los surcos el que llevó el maletí­n, fueron los constructores los que quitaron el arado y dejaron la tierra yerma.
El labrador aprendió algo desconocido en su vida, algo que le trajo la ciudad, los hombres instruidos: recoger sin sembrar.
Tirar la piedra y esconder la mano es propio de personas que intentan hacer de la mentira virtud. No es de caballeros incitar a la usura y después decir: yo, no he sido. A los dueños del terreno les enseñaron las mañas. Ahora no se quejen.

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