Durante la semana pasada se han llevado a cabo varias operaciones represivas contra el anarquismo ibérico. Una vez que se ha hecho pública la sentencia condenatoria contra Tamara Hernández los media oficiales han mostrado la imagen de un compañero libertario momentos después de ser detenido en su domicilio de Madrid. La actual situación de crisis económica requiere desempolvar el vetusto guión que tiene ya una escenografía demasiado conocida.
Como si de un guión tantas veces repetido se tratase la pasada semana los media oficiales reportaban la noticia de la detención de un anarquista en Madrid acusado de terrorismo. Una escenografía que resulta por desgracia familiar y que tiene al tribunal de excepción de la Audiencia Nacional como destino previo antes del ingreso en prisión con una amplia lista de acusaciones.
Parece que los expertos en materia de represión, agentes de la Brigada de Información Provincial de Madrid y periodistas incluidos, han vuelto a sacar del cajón de su despacho el polvoriento manual en el que figuran los términos que con conviene aplicar en estos casos y que forman parte de un repertorio que resulta ya cansino por su reiteración.
Resulta curioso que la actual operación represiva registrada en Madrid se lleve a cabo en un momento en el que se están produciendo numerosas movilizaciones sociales dentro de un contexto de aumento paulatino de la conflictividad social. Así mismo resulta sorprendente que se haya producido la detención del compañero justo en el momento en el que se hacía pública la sentencia condenatoria contra Tamara Hernández, procesada en un sumario que se remonta a 2009 y que nada tendría que ver con el reciente arresto de José López pero que desde los media oficiales no se ha tardado en relacionar.
Toda práctica inquisitorial requiere de sus ritos e invocaciones, la auto-inculpación del reo ha sido siempre un elemento esencial en todo acto sacramental, y no podía ser menos en la reciente operación represiva registrada en Madrid. El hereje debe abjurar de sus ideas y sobre todo confesar sus crímenes antes de ser quemado en la hoguera, decía el bueno de Torquemada, padre inspirador de todos estos a los que ahora se les llena la boca con términos como democracia y Estado de Derecho. Entelequias que bien poco significan cuando se aplican legislaciones de excepción como la ley antiterrorista.
Permítaseme que dude de la validez de una autoconfesión en las comisarías de un país en el que desde la noche de los tiempos la tortura no ha dejado de utilizarse como instrumento político. Un instrumento al servicio de unos intereses concretos utilizado de forma constante contra unas ideas como las propias del anarquismo que, de fomentarse, podrían poner en riesgo sus cimientos.
Desde el proceso de Montjuic a finales del siglo XIX, pasando por la detención de militantes libertarios en el Madrid de 1963 acusados de una serie de atentados que no habían cometido y condenados a muerte por el régimen franquista, hasta las detenciones de anarquistas en Barcelona en septiembre de 2003, la autoconfesión a base de métodos de sobra conocidos ha figurado siempre como elemento probatorio de una serie de sumarios construidos sin mas criterio que poner fuera de juego a personas que profesan ideas y actitudes que ponen en tela de juicio la credibilidad de un sistema que hunde sus más profundas raíces en el monopolio de la violencia.
Más allá de la culpabilidad o inocencia, términos propios del manual que ahora parece haberse desempolvado, más allá de compartir o no la metodología de los sabotajes por los que viene siendo acusado el compañero detenido, me gustaría aprovechar estas líneas para hacer llegar mi más profunda solidaridad con el anarquista José López Menéndez, y no solo por el mero hecho de compartir sus ideas, sino porque cien veces mal vil, despiadado y terrorista es el sistema que ahora lo encarcela. Sobran los ejemplos.
Si tienes la oportunidad de leer mis palabras compañero, piensa que cada mañana cuando te mires al espejo, aunque sea en el espejo de una celda de aislamiento, podrán haber encarcelado tu cuerpo, pero no apartes la mirada del rostro que veas reflejado porque, a pesar de todos los suplicios y contratiempos, aún están lejos de encarcelar tu dignidad, y eso, en los tiempos que corren, vale mucho.
Modesto Agustí