Publicado por DV & archivado en Eventos.

El viernes 6 de abril a las 18 horas continuan los cafes-tertulia en La Maldita.

El texto con el que se comenzara es el siguiente:

Por qué todos los ‘riders’ de Glovo se llaman Javi

Qué bonito es trabajar para Glovo. ¿Habéis leí­do las declaraciones de la empresa, habéis visto el anuncio? Los chicos de Glovo disfrutan de la ciudad en su propia bicicleta, respiran, se ponen fuertes y si están demasiado gordos, adelgazan. No se puede pedir más. No hay un trabajo más sano. La última vez que usamos esa aplicación estaban cayendo en la calle chuzos de punta. Anda que no está bonita Barcelona cuando caen chuzos de punta. El asfalto brilla, parece papel de plata. Mi mujer y yo nos resguardábamos en la cocina cuando descubrimos horrorizados que no tení­amos el queso reblochon con el que se hace la tartiflette. Claro, a mí­ no me apetecí­a nada salir a por el queso. Gracias a Dios que estamos en el siglo XXI. Pulsamos el icono, el móvil se iluminó y se puso en marcha la magia.

Esa magia ha tenido nombres mil, como el miembro viril. Hoy se llama economí­a colaborativa y anteayer se llamaba trabajo basura. Lancé mi pedido y supuse que bajo la lluvia pedaleaba un joven que curraba para pagarse los caprichos, como dice Glovo en la prensa. Me lo figuré audaz y hermoso, atlético como el del anuncio. Casi pude ver cómo entraba raudo al supermercado, cómo agarraba mi preciado quesito, cómo lo lanzaba al interior de la caja impermeable de su bicicleta y se poní­a a pedalear hasta la puerta de mi casa. No habí­an pasado ni 20 minutos cuando le abrí­ la puerta. Entonces descubrí­ que el joven ‘rider’ tení­a más de 50 años. Un hombre mayor, calado hasta los cojones. Esa era la persona que me estaba extendiendo ese puñetero queso francés, por cierto, mucho más seco que él.

De vuelta a la cocina le dije a Andrea que ya podí­amos ir borrando esta mierda del móvil. No tuve más que describirle al ‘rider’ para convencerla. Me quedé pensando en esa palabra, ‘rider’, que es uno de los nuevos eufemismos que han diseñado estos genios del ‘marketing’. Un dí­a vamos a hablar de corrección polí­tica, pero no la de nombrar como ‘persona diversa’ a un tipo que no puede ni ponerse los pantalones, sino de la neoliberal, esa que vomita sobre la miseria eufemismos del tipo ‘reajuste’ o ‘expediente de regulación de empresa’.

La próxima vez que descubra que no hay reblochon en mi nevera, en vez de coger el móvil y alimentar la economí­a colaborativa (eufemismo), me pondré un impermeable y saldré a comprarlo yo mismo. Ahora pongamos unas cuantas cosas en claro. Glovo es el demonio por una razón muy sencilla. Ofrece un servicio tí­pico de ricos a un precio de lo más asequible. Esto solo es posible de una forma: abaratando los costes hasta el extremo. Pero la principal treta del demonio es hacernos creer que no existe. Levantemos el tupido velo.

Lo curioso de Glovo es que todos sus ‘riders’ se llaman Javi. Un chaval está especialmente diseñado para aceptar y desempeñar trabajos de mierda, alguien tiene que hacerlos, ¿verdad? De acuerdo. No me parece muy bien, pero aceptamos pulpo. Yo mismo pasé tardes lúgubres en los sótanos de Ifema. Montaba regalos corporativos en una cadena de montaje para un evento. Pagaban en virutilla y echabas más horas que un reloj, pero con ese dinerito te financiabas luego los litros de calimocho. Esto, claro, fue antes de la crisis. Y no todo el mundo tení­a entonces tanta suerte como yo. Mi mujer también desempeñaba trabajos basura, pero ella lo hací­a para pagarse la carrera. Nosotros dos llegamos corriendo al ascensor social justo cuando las puertas se estaban cerrando. Pero qué va a ser de ti, Javi.

Pero cuando abres la puerta de casa y descubres que el ‘rider’ no se llama Javi ni se parece al del anuncio, sino que es un señor mayor, te entran ganas de denunciar a la empresa. Se atreven a llamar ‘colaboración’ al hecho de que el ‘rider’ se pague la bicicleta, el seguro médico y los autónomos. Se atreven a presumir de que están ofreciendo oportunidades y un trabajo flexible cuando sus condiciones son vertiginosas y sirven de último reducto a padres de familia que no tienen otra forma de pagar la calefacción y el colegio de los crí­os. Ante las crí­ticas, se escudan en el reducto de la ideologí­a libertaria de que si el trabajador acepta esas condiciones quedan legitimadas, porque es su elección, como si la gente tuviera mucho donde elegir.

Así­ que, ¿sabéis por qué se llaman todos Javi y cosas parecidas en los artí­culos de prensa? Porque para Glovo ni siquiera son empleados, sino piezas intercambiables. Y por lo visto, en este capitalismo 2.0 tan propicio al eufemismo, el recambio mecánico se llama Javi.

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