Publicado por DV & archivado en Bulevar, Gamonal, Lucha, Publicaciones, Textos.

La mafia constructora y la partitocracia española que le sirve de brazo polí­tico han experimentado un considerable revés en Gamonal, y eso que ningún otro barrio de ninguna otra conurbación ha osado desafiarlas de forma tan contundente y ejemplar. Los contenedores llevaban mucho tiempo siendo incendiados sin que el poder cediera un ápice en la corrupción y la arrogancia, pero esta vez la mano que los prendí­a procedí­a de una comunidad vecinal indignada, no de un puñado de irregulares urbanos en rebeldí­a. Un texto sobre el conflicto de Gamonal publicado en la Revista Argelaga.

Ni Bulevar ni Estado policial

Una comunidad constituida en el conflicto y fortalecida en su desarrollo no resulta fácil de derrotar, porque representa verdaderamente el “interés público” ante sus usurpadores. Pero además, dada la similitud de condiciones sociales presentes en las periferias urbanas, era bastante probable que cundiera su ejemplo, por lo que no ha sido de extrañar que la clase dirigente haya preferido retroceder a involucrarse en bloque en un conflicto que no le convení­a. Los intereses generales de la dominación han valido más que los beneficios espurios de particulares; la corruptela casera y los negocios privados al amparo de la administración tendrán que esperar tiempos mejores, al menos en Burgos.

La revuelta de Gamonal no ha estallado sólo por un simple remodelamiento urbaní­stico que resultara perjudicial para el vecindario y escandalosamente beneficioso para el cacique que controlaba la polí­tica burgalesa y los medios de comunicación regionales. El aparcamiento privado ha sido la chispa que ha provocado un incendio cuyos materiales habí­an sido previamente amontonados por un urbanismo atroz con cuarenta años de impunidad. í‰ste, ordenando jerárquicamente un espacio infame de bloques de viviendas atravesado por tristes bulevares que regulan el acceso motorizado de la población, a la vez que llenaba los bolsillos de especuladores inmobiliarios y polí­ticos prevaricadores, imponí­a condiciones de vida tanto más insoportables, cuanto mayor era la distancia del centro. La industrialización del vivir aumenta en función de la lejaní­a de los despachos donde los dirigentes toman unilateralmente las decisiones que empeorarán la vida del prójimo. Pero es difí­cil aceptar siempre una forma de vida estabulada, dependiente del transporte y del dinero, en definitiva, irracional e inhumana, y más en un horizonte de precariedad, desempleo y abandono como el actual. La resignación a veces no basta para ahogar la rabia de un vecindario que sabe que no cuenta en los cálculos de los beneficiarios de su supervivencia esclavizada, y, entonces, un pelotazo sin nada de particular colma el vaso de la paciencia. Llega el dí­a de la ira y la indignación popular se planta ante los imperativos polí­tico-especulativos. El disturbio callejero es la consecuencia inmediata, pues tales imperativos en último extremo suelen materializarse como fuerzas del orden. Pero lo verdaderamente admirable en Gamonal, es que la toma de la calle ha favorecido la toma de conciencia: la comunidad vecinal ha surgido realmente en ese instante.

La revuelta de Gamonal ha sido una sublevación contra la proletarización de la vida y la injusticia social, un rechazo del modelo de vida industrial, desarraigada y solitaria. El espí­ritu comunitario nacido del conflicto trasciende lo meramente reivindicativo; lo que los vecinos de verdad demandan, todaví­a de forma intuitiva, es el derecho a la ciudad –a la igualdad, a la asamblea pública, a la autogestión del barrio, al autoabastecimiento, a la autodefensa, a la movilidad gratuita, al ágora-, derecho sepultado en un mar de arquitectura impotente para pobres, donde van a morir riadas de automóviles privados, y que hoy por hoy es inseparable del derecho a la rebelión y a la barricada. En el mundo capitalista muchos lugares son como Gamonal; todas las conurbaciones son ciertamente gamonaleras, pues recrean las mismas condiciones degradantes que incitan perennemente a la revuelta. Basta un abuso de más para que se produzca: puede ser el desalojo de un centro social autogestionado (Hamburgo, 7 de enero de 2014), el aumento del precio del billete del autobús (Sao Paulo, junio y octubre de 2013), la brutalidad policial ante la protesta por la destrucción de un parque público (Ankara, 28 de mayo de 2013), la muerte de un viejo enfermo en una barriada de inmigrantes (Estocolmo, 23 de mayo de 2013), la muerte en manos de la policí­a de un joven negro en un barrio de la periferia londinense (Tottenham, 9 de agosto de 2011), etc., etc. La verdad que todas esas luchas descubren es que en la comunidad vecinal cristaliza la auténtica naturaleza social del ser humano, pero ésta sólo puede realizarse plenamente en ausencia del capitalismo y del Estado. Para poder existir la comunidad ha de afirmarse contra ambos; por eso en sus primeros momentos se muestra en negativo, violentamente. No hace más que defenderse del Estado/Capital y tratar de responder.

La guerra social, puesto que se trata de una auténtica guerra entre la clase dirigente y la población dirigida, no será solamente urbana, puesto que los antagonismos principales se despliegan con mayor profundidad en el territorio, donde la comunidad campesina ha de reconstruirse y volverlo habitable. No obstante, las hostilidades empezarán en las urbes, ya que allí­ permanecen concentradas las masas, que, al transformarse en sujeto colectivo consciente, es decir, en comunidad vecinal, podrán afrontar los ataques del orden opresivo con garantí­as de éxito. De los barrios saldrán las guerrillas que se extenderán por el territorio, escenario final de las batallas sociales que han de liberar el mundo. Y precisamente para abortar cualquier movimiento en ese sentido, los gobiernos preparan medidas de securización generalizada, bien en forma de planes, leyes y ordenanzas contra “el enemigo” interno (protocolo que prolonga la existencia del régimen FIES, reforma del Código Penal, Ley de Seguridad Ciudadana, Plan Nacional de Protección de Infraestructuras Crí­ticas…), bien en forma de contingentes policiales especializados, sean estatales o privados, con los que sembrar la desolación por los campos y los barrios, por no hablar del continuo ensanchamiento de los espacios de violación de los derechos humanos como los Centros de Internamiento de Extranjeros, las Unidades Terapéuticas y Educativas penitenciarias o los centros de menores cerrados. Gamonal no es más que el comienzo; la victoria de la libertad no será fácil.

5 de febrero de 2014
Revista Argelaga
[argelaga.wordpress.com]

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