Cuando a estas mismas horas los teletipos de todos los media nacionales e internacionales no dejan de cantar las alabanzas de Juan Carlos I tras haberse hecho pública su abdicación, conviene recordar que su figura representa a la perfección la bisagra institucional que permitió al moribundo franquismo perpetuarse en el nuevo régimen. Un modelo de transición política que quedó atado y bien atado y que gracias a la operación quirúrgica efectuada el 23 de febrero de 1981 consiguió relanzar la figura de una dinastía decadente que el tiempo, a pesar de la actual sinfonía adulatoria, ha terminando poniendo en su lugar.
[youtube]n-ONHuT4n7M[/youtube]
Entre casos de corrupción y esperpéntica desfachatez, su incierta sucesión viene impuesta por un modelo político que desde hace años ha perdido toda credibilidad. Nos gustaría pensar que Juan Carlos I no se va, sino que nosotros, o al menos las circunstancias sociales, han determinado que sea imposible su continuidad.
Por más que les pese a algunos, en España la palabra democracia seguirá siendo una entelequia vacía de contenido hasta que los responsables del anterior régimen no respondan por sus crímenes y las instituciones que los protegieron, como la propia monarquía, sigan existiendo.
En este momento histórico deberían ser los propios españoles quienes decidieran su futuro, sin que esto signifique que nos decantemos por una república pues a fin de cuentas esta no es sino otra forma de gestión del Estado, instrumento que representa la antítesis de la libertad y que a lo largo de la Historia se ha manifestado con las dos caras (Monarquía-República) de la misma moneda.
A rey muerto, rey puesto dice el refrán, pero en este caso tampoco muerto el perro se acaba la rabia.
Deja una respuesta