Decía Mao Zedong que “El ejército debe fundirse con el pueblo, de suerte que éste vea en él su propio ejército. Un ejército así será invencible“.
Los políticos y un número no desdeñable de militares y uniformados con galones han trasladado, sobre todo por televisión, la idea de estar en guerra. Han utilizado lenguaje bélico, incluso han sacado al ejército a la calle. Este zafio mensaje ha sido criticado por muchos, indignados al considerar que esto no es una guerra. Es obvio que para luchar contra un virus no se necesitan militares ni personajes con galones, no se necesitan balas ni cañones, ni el virus entiende una declaración de guerra. Para combatir un virus necesitamos médicos, científicos y sobre todo, ante la escasez de recursos que tenemos, apoyo mutuo y solidaridad. Cosas que de un tiempo a esta parte hemos perdido.
Pero aunque no estemos en guerra con un virus, sí lo estamos. Esta guerra no es la guerra que nos quieren hacer ver. En este conflicto el enemigo no es un virus, el coronavirus es parte del atrezo de este drama, no es ni tan siquiera un protagonista secundario. Los gobiernos hoy han entrado en conflicto puesto que el orden mundial está en cuestión, está en juego el poder.
En una guerra, la población muere por intereses del poder y esto es lo que está pasando. Quizás en algunos países donde la contención del virus es muy laxa, como EEUU, está siendo mucho más evidente que en otros, como España, donde las medidas son más duras. Pero todos han torcido el brazo a la guerra capitalista, la máquina capitalista no puede ni debe parar. Hoy, cuando acudimos a trabajar exponiendo nuestras vidas y las de los que nos rodean, somos parte de ese ejército con el que soñó Mao, somos el ejército de esta guerra tan extraña donde no suelen morir jóvenes si no viejos, somos el ejército del capitalismo. Las distintas estrategias abordadas por los países para luchar en esta guerra no tienen como foco la vida de las personas, si no salir cuanto antes y lo más fortalecidos de esto sin que rueden cabezas de jefes de estado. No contar adecuadamente las víctimas, por ejemplo, es una de las armas desplegadas en este conflicto de escala mundial. Torpedear, arrebatar y negar cualquier suministro al enemigo, incluso entre países que afirman estar en una unión es otra de esas armas. Pero sin duda la más efectiva es mandar a tu población a la muerte mientras bombardeas por aire, mar y tierra con la idea de que la economía va mal. ¿A quién cojones le importa la economía cuando su vida o la de los suyos está en juego?.
Y cuando esta guerra termine, que lo hará, el mundo cambiará. El epicentro del poder mundial se habrá desplazado, probablemente a oriente, se habrán conquistado países a base de deuda soberana, como hace años pasó con Grecia y hoy le puede pasar a España. Con casi toda seguridad vendrán remedios pseudo-científicos y las conspiraciones de un virus fabricado por alguien, pese a que se ha demostrado que esta opción es prácticamente imposible. El miedo habrá calado en nosotros y muchos de los nuestros habrán caído en esta miserable guerra.
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