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La implicación del yerno del rey en una oscura trama de corrupción y otra serie de desgraciados acontecimientos han hecho que el pasado 2012 sea un Annus Horripilis para la monarquí­a española. Un año especialmente desastroso para el propio rey, cuya imagen ha quedado en entredicho en repetidas ocasiones. En este sentido se comprende la actual estrategia mediática de recuperación de la imagen pública del monarca, aún cuando desde otros medios se esté apostando  por una novedosa formula de marketing que podrí­a tener resultados definitivos.

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Cuentan los entendidos en la materia que el pasado 2012 fue especialmente complicado para la monarquí­a española. La implicación del yerno del rey en la trama de corrupción del denominado Instituto Nóos, turbio asunto que ha salpicado incluso hasta la hija del propio rey a la que, sin embargo, y hasta el momento, ningún juez se ha atrevido a procesar, ha contribuido a sembrar el descrédito sobre una institución que desde los inicios del actual régimen ha permanecido blindada a toda posibilidad de crí­tica.

urdagarin y el rey

La torpeza de la que ha hizo gala su majestad en aquel accidente de caza sucedido en Botswana, que no solo costó la vida a aquel desdichado paquidermo cuyo colosal cadáver fue retratado justo detrás del rey de España, sino que sirvió para estropear por enésima vez la egregia, pero a la vez frágil cadera del monarca,  provocó que las redes sociales y la opinión pública ardieran de indignación. Nadie podí­a entender el excesivo lujo con el que se reportaba el Jefe de Estado de un paí­s que se debate entre seis millones de parados y una espelúznate crisis económica.

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El también accidente de caza que sufriera con anterioridad Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, hijo del ex yerno del Rey, Jaime de Marichalar, en el que su hijo terminó la jornada cinegética con un disparó en el pie, hizo que incluso desde algunos medios internacionales se ahondara en la hipótesis del terrible fantasma familiar que persigue a los borbones con las armas de fuego. Una maldición que tendrí­a su origen en 1956 cuando el por aquel entonces prí­ncipe Juan Carlos de Borbón disparó de forma accidental a su hermano Alfonso, con un revolver según algunas fuentes regalo del propio Franco, causándole la muerte instantánea.

La sucesión de todos estos acontecimientos ha hecho que 2012 sea sin duda un Annus Horribilis que la monarquí­a española tardará en olvidar.  En este sentido, y en el contexto de una estrategia mediática por realzar la imagen de la monarquí­a en España, puede entenderse la actual campaña en la que se trata de mostrar la cara más amable de un rey. Una campaña en la que la emisión de una entrevista personal con su majestad representarí­a la guinda del pastel.

Navegando en las aguas revueltas de la red de redes me he topado con un peculiar consejo que desde la Revista Mongolia, revista satí­rica sin mensaje alguno, se permiten proponer a su majestad, una campaña de marketing definitiva y que contribuirí­a a realzar su imagen de una vez por todas. Una campaña que a buen seguro mejorará su imagen. Morirse.

Y, a pesar del exabrupto, no andan desencaminados los muchach@s de Mongolia si tenemos en cuenta la peculiar tradición mortuoria que nos gastamos en este paí­s, una realidad que puede resumirse con aquello de que bueno que era después de que se murió.

Con una campaña de tal calibre y tales condiciones serí­a absolutamente imposible que ningún desgraciado acontecimiento enturbiase la imagen de su majestad, todo el mundo sabe que al morir tú reputación queda limpia y que la repercusión mediática podrí­a ser de órdago.  Serí­a además un asunto fácil para los ideólogos del actual régimen y de la monarquí­a quienes desde hace más de treinta años han sabido lavar la cara a una institución heredera directa de la dictadura.

Que nadie malinterprete mis palabras y se rasgue las vestiduras, jamás le desearí­a la muerte a Juan Carlos I, más bien todo lo contrario. Y me atrevo  a afirmar esto a pesar de ser un reconocido admirador de Mateo Morral, el joven anarquista de Sabadell que intentó asesinar a su abuelo Alfonso XIII justo el dí­a de su boda. Pero con todo y con esas, no le deseo pues la muerte al rey, y no es porque me asuste la idea de dar con mis huesos en los calabozos de la Audiencia Nacional, que seguramente no es un plato de gusto, sino porque el consejo que desde Mongolia ofrecen a su majestad está cargado de lógica, algo macabra, pero pura y cartesiana lógica al fin y al cabo.

Nada podrí­a contribuir más al lavado de imagen la monarquí­a que la muerte del actual rey. Un hecho de estas caracterí­sticas únicamente vendrí­a a reforzar el modelo actual complicando la situación solo a su heredero.  A rey muerto, rey puesto, ¿o no es así­?.

Nada más aconsejable entonces para el fin de la monarquí­a que dejar que en la actual corte de los milagros sigan a lo suyo y el tiempo se encargará de hacer su trabajo. La Historia de España parece divertirse en entrecruzar su camino con la dinastí­a de los borbones. Vinieron tras una guerra llamada de Sucesión, les echaron al cabo de un tiempo y los Restauraron con un golpe de Estado un poco  después. Los volvieron a echar y se  despidieron con cajas destempladas; y otro poco después de una guerra llamada civil otra vez los volvieron a instaurar…ahora me digan ustedes qué es lo que la estadí­stica dice que toca.

Modesto Agustí­

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