El 1 de Mayo es algo más que un día de fiesta en nuestro calendario laboral.
Hace 131 años desde que el periodista Adolf Fischer publicara en el periódico anarquista “ChicagoerArbeiter-Zeitung” las palabras que poco después lo condenarían a muerte pero que desatarían la revuelta de Haymarket:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!.
Ahora, 131 años después seguimos celebrando el Primero de Mayo, pero… ¿sabemos qué significa esta fecha, hemos olvidado todo o nunca lo hemos querido saber?
Año tras año, legislación tras legislación, la clase obrera seguimos perdiendo los pocos derechos conseguidos tras años de luchas y represión. No debemos olvidar que juntos somos fuertes, no debemos olvidar que no somos sus esclavos. Pero este sistema ha conseguido la desunión, pensando que nuestra compañera es nuestro adversaria y alguien contra quien competir en vez de con quien trabajar codo con codo por nuestra dignidad.
Hoy el 1 de Mayo es una fiesta permitida desde las instancias políticas que ha perdido todo su sentido; a la fiesta acuden sindicatos amarillos, socialistas y vendidos. Un teatrillo carente de todo sentido. Hoy no nos acordamos de los obreros muertos ya sea en la lucha o en el tajo; no nos acordamos de esas obreras que pese a estar lejos son más esclavas que nosotras; no nos acordamos de esos esclavos que aun vendiendo su vida no consiguen llegar a fin de mes.
No nos acordamos porque lo hemos olvidado todo o nunca lo hemos querido saber.
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