Publicado por DV & archivado en Anarquismo, Historia, Memoria Histórica, Textos.

Un reportaje sobre la investigación documental realizada por el memorialista Benjamín Lajo en torno al Consejo de Guerra Sumarísimo que tras el fin de la Guerra Civil sufrió el anarquista Joan Peiro i Bellis .

Mayo 2001. Al abrir el buzón encontré un sobre grande que estaba esperando desde hacía unas semanas. Era la autorización del presidente del tribunal togado militar, enviado desde Madrid, para que en el plazo de dos semanas pudiera investigar un fondo documental que estaba en su depósito, con el fin de encontrar información sobre La Quinta Columna que operaba bajo el mando del SIFNE, servicio de información del frente nordeste, cuyo gabinete se hallaba en territorio francés, en Biarritz y que dirigió el abogado catalán, José Bertrán y Musitu, exministro de justicia en los gobiernos de Maura y político de la Lliga Regionalista. La Quinta Columna a comienzos de la guerra fue una organización al servicio de los militares en rebeldía franquistas de espionaje, sabotaje, retirada de moneda en curso para desestabilizar la economía de la república. A estas acciones las llamaban labores de derrotismo y también, de una manera sutil, la desmoralización de la población en las colas del pan o en los refugios dejando caer el desánimo y la desilusión con comentarios negativos sobre la marcha de los acontecimientos; tirando la piedra y escondiendo la mano, sembrando el miedo y el desconcierto, minando aún más la moral de la población.

Era una mañana lluviosa y gris cuando entré en el depósito del juzgado militar N 13, dentro del complejo del Paseo de la Alameda de Valencia. Me quedé atónito por la envergadura de aquel fondo documental. Unas hileras de estantes contenían cerca de 70000 expedientes de los juicios sumarísimos de urgencia con los que el régimen pretendió blanquear ante los países internacionales estar aplicando una justicia con un mínimo de derechos para con los vencidos, pero, lo cierto es que los primeros años se sucedieron los fusilamientos en todo el territorio peninsular e insular. Fue un genocidio sistemático. Una purga implacable. La primera sorpresa me la llevé al averiguar que el fondo documental no estaba catalogado, es decir, vivía en un limbo mortal. Muchas carpetas estaban dañadas por la riada de Valencia en 1957 y era, con mis medios, imposible despegar algunas hojas sin evitar romperlas. Por supuesto no lo intenté. No pude comprender cómo en 2001 aún podían darse estas situaciones de desidia y abandono.

Un material, que como pude comprobar, iba más allá de los documentos oficiales al contener también cada expediente documentación personal de los incoados. Cuando se procedía a la detención de la persona, era rutinario por parte de la policía o del ejército registrar sus domicilios en busca de pruebas tan irrelevantes como poseer el carnet del sindicato, estar afiliado a él o a algún partido político. Se confiscó todo aquello que pudiera servir para acusar al detenido por cualquier detalle aunque no tuviera nada que ver con una militancia activa. El hecho de encontrar en los registros, un periódico rojo, un documento de propaganda u objetos que pudiesen comprometerles, bastaba para ser considerado “desafecto” al régimen y ser detenido; con frecuencia en las carpetas adjunta a la documentación oficial del burdo proceso judicial, hay fotografías, dinero republicano, revistas, cartas personales.

Podemos hacernos una idea de lo arbitrarias e injustas que eran estas acciones represivas y cuáles fueron sus verdaderas intenciones. Por este motivo, me encontraba en ocasiones con cartas que nunca llegaron a su destino, carnés sindicales y de partidos políticos, periódicos diversos de la época… Una cantidad de pertenencias, que lo primero que me vino al pensamiento fue que las familias de los represaliados debían de recuperar pues, a buen seguro, no sólo se les devolvería así las pertenencias del familiar, sus últimos recuerdos; lo más importante, informar sobre cuál fue su verdadero destino, por doloroso que fuera.

A los pocos días ya me sentía familiarizado con el fondo. Encontré lo que a allí me había llevado. Hallé el salvoconducto de un quintacolumnista que publicó el periódico Levante EMV, del que fui colaborador, para cruzar los frentes de guerra, posiblemente, con una valiosa información que el SIFNE esperaría en Biarritz. Incluso los nombres de algunas centurias, como se llamaban a las células que operaban en las retaguardias republicanas. Durante esa primera semana el periódico Levante EMV estuvo informando de los acontecimientos que llegaron por sí solos. Fui a comunicar al director del archivo de San Miguel de los Reyes, José Luis Villacañas, que en 2001 ostentó ese cargo entonces sobre la situación. Se mostró sorprendido de lo que oyó del fondo documental. No tenía ni constancia siquiera de que existiera, ni de su estado calamitoso, ni de su abandono; estuvo como aparcado en el olvido reciente por una excusa de competencias entre ministerios y administraciones. Que no estuviera catalogado ya tumba esa endeble excusa. Simplemente, no existía entonces, pero, fue que sí, que existían y de repente, de no existir, fue comentado por muchos que dicen estar muy cercanos a los más listos y no lo están, porque el verdaderamente listo es comedido, reservado y no suele tener la necesidad de airearse; y si lo hace, posiblemente lo haga susurrando. La cosa, es que no tenían ni la más remota idea, pero, que bien se explicaban quienes lo hicieron. El caso, es que el mero hecho de ser objeto de comentario en los medios hizo el resto para poner remedio al desatino. Ya, ningún responsable del Estado puede alegar ignorancia sin que se le mire mal. Muchas familias se interesaron y para algunas fue una respuesta que tardó mucho en llegar, pero que al fin llegó. Al menos en esta ocasión.

La última vez que estuve en el depósito del juzgado militar fue en el año 2006 para consultar y fotografiar previamente autorizado el expediente incoado a Joan Peiró i Belis, anarquista cenetista catalán, desde el inicio de la confederación nacional del trabajo, CNT. Fundador del diario obrero, Solidaridad Obrera. Una persona honesta, comprometida y convincente, y de no ser así, no sería posible hacer todo el recorrido que hizo y pudo haber seguido haciendo si hubiese seguido vivo porque sólo lo auténtico perdura. Si tuviera que destacar algo, por lo demás evidente de su persona sería, que lo que llevó a cabo a lo largo de su vida, era porque lo debía hacer; y dio sobradas muestras de ello. Fue, en mí opinión, entendimiento. Ya sabemos que fue tentado por el poder para organizar el sindicato vertical y, eso, dice de Peiró que fue un gran valor social, hasta para los malos. Para ellos, valor es precio, sabían de su integridad y que esta no estaba en venta; decidieron prescindir de su vida y de las vidas de otros que les recuerden sus muertes. Vidas que “descataloga” y recuerda la propia conciencia hasta que mueren. ¡Menuda cabrona es la cuestionadora!; del todo inoportuna e indestructible, a no ser que te destruyas con ella. El olvido no la puede ni ver.

Imagen del expediente del Consejo de Guerra Sumarísimo a Joan Peiró /Benjamín Lajo

Su permanente lucha obrera, de décadas en la organización del anarcosindicato, tal vez, de haber sucumbido hubiera prolongado su vida, pero, esa no sería su vida. La dignidad es inviolable para algunos. Del burdo proceso judicial hemos de rescatar el sentimiento vivo y las sucesivas voces que contra todo pronóstico, en plena efervescencia rencorosa de los vencedores se pronunciaron, no dudaron en declarar hechos favorables de su actuación. Es muy posible que no se encontrasen personas con buena voluntad, que eso no estaba seguramente en su manual, ni tampoco las súplicas de clemencia del gran número de avales presentados para tratar de hacer por Peiró lo que él hizo por ellos anteriormente.

Por desgracia, aquellas vindicaciones de personas que poco o nada tenían entre ellas en común, tampoco sirvieron para evitar el pelotón a Joan Peiró, pero esos gestos insospechados de la condición humana, a veces, hacen que un momento se convierta en un instante de eternidad. Consiguen ralentizar la progresiva huida de la humanidad hacia ninguna parte. Joan Peiró, durante toda su vida estuvo en la brecha social y asociativa. Fue también uno de los cuatro cenetistas que por las circunstancias del momento se pusieron al servicio del gobierno como respuesta de urgencia al comienzo de la guerra civil, en un bloque, el frente popular. Gobierno que presidió el socialista y ugetista, Largo Caballero. Peiró se puso al frente del ministerio de industria desde Valencia, motivo por lo que el proceso lo vincula con la ciudad del Turia. Valencia, en cuestiones de quintacolumnismo no era Madrid o Barcelona donde los que se detectaban y eran detenidos se fusilaban de inmediato. Sin embargo, Valencia era para estos soldados de la sombra, como me informó por teléfono el historiador Luis Romero y así la denominaron, la dulce retaguardia. Y no es una frase hecha. Cuando se les detenía, entraban por una puerta y salían por otra con total impunidad.

Algunos funcionarios valencianos eran quintacolumnistas como pude comprobar al revisar las declaraciones juradas de readmisión en las que unos se quitan sin complejos la careta y otros, que en sus declaraciones decían ser por pura supervivencia y que no aportaron ninguna información que fuese fidedigna, probatoria; algunos trabajaron allí, mantuvieron una relación colaboradora con ellos y una veintena demostraron haber sido con testigos que pudieran responder sobre lo declarado; como dicen en su jerga prepotentes, gerifaltes de la quinta columna. Los hubo como colaboración intendente y los ocultaron en sus casas si lo requería la situación en momentos de supervivencia.

La diputación de Valencia, en los tres años de conflicto fue un nido de espías, de saboteadores, hasta el punto de destruir uno de estos grupos, deliberadamente material sanitario. Médicos y enfermeros formaron parte activa en los sabotajes. Material, que escaseaba y se necesitaba para asistir a los combatientes heridos en frentes de guerra o los heridos por los continuos bombardeos que sufrió Valencia; sonaba la sirena y todos corrían acostumbrados a los refugios, uno al menos en cada barrio.

Otra práctica de lo que se llevó a cabo por parte de algunos médicos considerados republicanos, leales a su profesión y a sus pacientes, era cortar por lo sano y dejar lisiados, no aptos para el combate amputando sin que fuese necesario; o prolongar las altas el mayor tiempo posible y restar así fusiles a los frentes; se jactaban de ello sin el menor rubor, ni que se le parezca; ahí están sus vocaciones, a buen recaudo en el archivo de la diputación provincial de Valencia. Después de conocer estas miserables conductas, no puedo sentir más que una profunda desolación y pena. Creo que lo que realmente nos amordaza no es el miedo paralizante. Creo que nos aterroriza vivir sin miedo. Es el miedo quien más nos niega, quien espanta a las voluntades, nos roba los sueños y las oportunidades. Quien empobrece nuestras vidas y hace más fuerte a quien no lo merece. El miedo es un error que debemos superar cuanto antes.

Avales
memoria de corazón

Unas horas antes de entrar por última vez al depósito del juzgado militar de La Alameda, me había citado con mí amigo valenciano y fotógrafo, José María Azkárraga para prestarme una cámara apropiada con la que pudiera fotografiar cada hoja del expediente del juicio sumarísimo correspondiente a Joan Peiró y estudiarlo con detenimiento y con ello dar respuesta a algunas interrogantes que se despertaron en mí cuando lo leí casi sin digerir durante las dos semanas de investigación de 2001, en las que no estuve concentrado como quise por los acontecimientos que hubo en torno al fondo en cuestión.

Octubre de 2020
El pasado nos recuerda el presente que un día fue; el presente mira al futuro como al presente que puede ser. La Historia son dos certezas y una duda, no nos engaña. Ni siquiera cuando el olvido la sumerge en un vacío temporalmente. Ella fluctúa avanzando siempre; bien sea cruzando desiertos o navegando por los océanos del desencanto. Ahora comprendo mejor al historiador Fernad Braudel cuando nos dice en Las ambiciones de la historia, que debemos acercarnos a Ella con una sonrisa en la boca. No sólo es una suma de recuerdos que compilan los historiadores según sus propias manías. Es también la suma de las esperanzas que nos aguardan después de los sinsabores y los desengaños, no suelta nuestra mano, pero quiere que aprendamos de los pasos mal andados, que seamos cada día un poco más sabios. Hace las veces de un espejo donde vemos lo que somos y aceptamos lo que vemos con la intención de ser mejores, de superarnos de generación a generación, no hay mejor indicador que nos asista, por experiencia y convicción. Otra cosa que no sea esto, sólo serán viejos o nuevos fracasos.

Benjamín Lajo Cosido
memorialista

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