Publicado por DV & archivado en Historia, Internacional.

El 5 de mayo de 1945 tropas del ejército de EE.UU.  liberaron el campo de exterminio de Mauthausen. De las 235.000 personas que se estima que pasaron por este campo, unas 7.300 eran españolas. Exiliados de la Guerra Civil, considerados sin patria por los nazis, que les marcaron con el triángulo azul de apátridas y con la S de Spanier.

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Españoles cuya militancia antifascista les llevó al exilio en 1939, pasando a ser refugiados en Francia, donde fueron enrolados en las filas del ejército francés o integrados en la Resistencia, para terminar siendo deportados por los alemanes, previo paso por los stalags (campos de prisioneros de guerra), a campos de concentración, principalmente al de Mauthausen, también conocido como el campo de los españoles. Fuente Apoyo Mutuo.org

El III Reich envió allí­ a la inmensa mayorí­a de los españoles deportados, campo destinado a “los enemigos polí­ticos incorregibles del Reich”, de categorí­a III, reservada a los campos con el régimen más duro, justo la categorí­a superior a campos como Auschwitz Birkenau o Treblinka. Entre agosto de 1940, fecha en la que llegaron los primeros españoles a Mauthausen, hasta octubre del mismo año, la embajada alemana en España comunicó, hasta en cuatro ocasiones, al Ministro de Exteriores franquista que tení­an a 2.000 españoles y preguntaban qué hacer con ellos. El silencio fue la respuesta. Asimismo el régimen fascista de Franco declaró que no existí­an españoles allende las fronteras.

Los prisioneros de Mauthausen fueron utilizados intensivamente para trabajos forzados, les obligaron a construir la enorme fortaleza con el granito de la cantera de Wiener-Graven, subiendo a diario los 186 escalones que separaban el yacimiento del campo, cargados con piedras, bajo los golpes de los kapos(prisioneros que ejercí­an de capataces).

Fueron usados como trabajadores esclavos en las fábricas de producción bélica de los varios subcampos de Mauthasen, así­ como en fábricas externas al propio campo. Hasta la muerte por extenuación o, si consideraban que estaban demasiado débiles o enfermos para trabajar, asesinados en la cámara de gas propia de Mauthausen, en estaciones de gaseado móviles o en el castillo de Hartheim.

Sólo los más fuertes podí­an sobrevivir con un único menú consistente en una aguada sopa de nabos, una rodaja de salchichón y un pan. Si el hambre o el trabajo no acababan con ellos, los SS se encargaban de hacerlo. Para ello disponí­an de un amplio abanico de torturas y métodos para asesinar. Ahorcamiento, fusilamiento, ahogamiento, duchas heladas, palizas…

Según avanzaban los aliados hacia el interior de Alemania, los nazis iban evacuando los campos de concentración más cercanos al frente, con lo que comenzaron a llegar a Mauthausen transportes procedentes de los campos evacuados, especialmente de Auschwitz, Sachsenhausen y Gross-Rosen. El campo estaba cada vez más atestado, lo cual deterioró aún más, si cabe, las terribles condiciones de vida.

Pero en medio del horror, nació la solidaridad y el apoyo mutuo, los españoles comenzaron una organización clandestina entre los presos del campo. Se repartí­an medicinas robadas de la enfermerí­a, compartí­an la escasa comida que tení­an, con el fin de asignar más alimentos a los débiles y enfermos. El recuerdo más vivo en la memoria de los supervivientes de otros paí­ses, es la fe de los prisioneros españoles en la derrota del nazismo, incluso en los peores momentos de la guerra. Así­ un fotógrafo español, Francisco Boix, hizo copia de las fotos que revelaba y consiguió esconderlas, sirviendo luego como prueba, en los juicios de Nuremberg, de la presencia en Mauthausen de jerarcas nazis, que declaraban desconocer la existencia de los campos de concentración.
“Jamás habí­a visto tantos muertos juntos. Contemplé cosas que nunca habrí­a creí­do de no haberlas visto con mis propios ojos. Nunca pensé que los seres humanos podí­an tratar a otras personas de esta manera. Los supervivientes eran sólo piel y huesos”. De esta forma describí­a el sargento estadounidense, Albert J. Kosiek, el dantesco espectáculo que contempló la mañana del 5 de mayo de 1945. En el interior del campo encontraron centenares de cadáveres y 64.000 supervivientes, de entre ellos unos 2000 españoles.

Ya la noche del 2 al 3 de mayo las SS abandonaban el campo, siendo sustituidos por la policí­a de Viena para la vigilancia del campo, y en ese momento, el Comité de Resistencia y los pequeños grupos organizados meses atrás en tareas de ayuda y defensa mutua, intentaron controlar la confusa situación y aprovisionarse con armas y alimentos. Un responsable de la organización del campo fue a ver a Francisco Teix, dibujante y pintor de oficio, y le propuso hacer un cartel con un saludo a las fuerzas libertadoras. Tení­a que pintar en 20 metros de sábanas robadas que habí­an cosido los sastres y habí­an instalado a lo largo de las paredes de los lavabos del bloque 11.

El 6 de mayo de 1945, un dí­a después de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, se tomó la famosa fotografí­a de su entrada en la que, junto a centenares de presos celebrando el fin de su cautiverio, se puede ver una la enorme pancarta que dice «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras».

Pero la alegrí­a duró poco para los españoles, si bien se acabó con el fascismo en Europa, no sucedió lo mismo en España, donde no sólo prevaleció, si no que se extendió en 40 largos años de dictadura. Abandonados a su suerte, ni siquiera tras el fin de la dictadura han recibido el reconocimiento por parte de este triste paí­s. En Mauthasen hay memoriales eregidos de las distintas nacionalidades de los que allí­ estuvieron presos, sufragadas por los respectivos paí­ses, excepto el de los españoles que se financió gracias a una colecta popular a iniciativa de los propios supervivientes. Tenemos el deber de recordar.
En memoria de todos aquellos que han luchado contra el fascismo.

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