Las señales de alarma no han dejado de multiplicarse en los últimos tiempos: contaminación del aire, el agua y el suelo, radiactividad ambiental preocupante, aumento de tres grados de temperatura en los próximos quince años, catástrofes climáticas, destrucción de bosques y tierras de cultivo, acumulación de residuos, expansión de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, los síndromes de nuevo cuño y las epidemias, crisis financiera y crac inmobiliario, endeudamiento, paro y precariedad, crisis energética y guerras del petróleo, etc., son indicadores seguros del curso enloquecido que ha tomado ese particular matrimonio de la economía autónoma y la tecnología que llamamos industrialismo o simplemente desarrollismo. La dictadura del dinero, los macroproyectos inútiles, los empleos de mierda y el consumismo motorizado definen un modo de vida mortal para el planeta y la especie humana, pero muy pocos son quienes parecen preocuparse por ello.
El desarrollo a cualquier precio se ha vuelto fe y destino. Los consumidores son creyentes fanáticos de una religión cuyas iglesias son centros comerciales y las sedes episcopales los bancos y los parlamentos, lugares donde sus sacerdotes, la elite político-emprendedora, escenifican los ritos de la “fe” en el mercado. Fe es un vocablo que en su acepción original significa confianza, crédito (creditum). Pues bien, la casta sacerdotal está en guerra. Artículo completo en Argelaga
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