El pasado 14 de septiembre se llevó a cabo el homenaje al militante libertario burgalés Nicolás Neira, asesinado en el monte de Estépar en septiembre de 1936. Después de 83 años, sus restos mortales fueron entregados a su hija Raquel, quien siempre ha sido conocida como “la niña de la CNT”.
Hay semillas que son capaces de germinar en los lugares más insospechados. Semillas con raíces vigorosas que se aferran rabiosamente a la tierra…. Las primeras líneas del cómic Semillas de Libertad, un breve tebeo con el que se aborda a través de la viñeta la biografía del anarquista burgalés Nicolás Neira, no pueden ser más evocadoras. Nicolás Neira Fernández fue una de esas semillas libertarias en las que anidó la utopía posible de un mundo más justo sin dirigentes ni dirigidos. Un sueño que quiso hacer realidad en la ciudad que le vio nacer en un momento histórico tan sumamente intenso como la II República.
El Burgos de principios de los años 30 en el que se circunscribe la experiencia vital y militante de Neira es bastante diferente al que durante décadas nos ha estado reflejando la historiografía académica oficial. La publicación de El anarquismo en Burgos de Ignacio Soriano, Francisco Barriocanal y Fernando Ortega, saca a la luz la amplia actividad que el movimiento libertario burgalés llevó a cabo en la ciudad. Una realidad plagada de tensiones y conflictos sociales que hicieron que, al igual que otros muchos militantes, Nicolás Neira fuese uno de los habituales en el ojo del huracán de la represión gubernativa. Hasta en cuatro ocasiones el mecánico ferroviario de la Compañía del Norte conoció la cárcel en el periodo de la II República, tal y como figura en el esbozo biográfico que se ha hecho público en diferentes medios. Las cartas que Neira hizo llegar a su compañera Valeriana desde la prisión de Burgos nos revelan rasgos de su vitalismo personal, elemento que junto al fino sentido del humor que en ocasiones destilan sus misivas, le ayudaron a sobrellevar las penurias del encierro prolongado.
Pero más allá de la actividad militante, el libertario burgalés dio muestras de un carácter altamente polifacético al cultivar interés por disciplinas tan variadas como el dibujo, la forja o la fotografía. La familia aporta además elementos que nos hablan de un Nicolás Neira fascinado por la aeronáutica, como revela la fotografía en la que aparece ataviado con el característico traje de aviador tras haber conseguido el permiso para pilotar avionetas.
Nicolás Neira vestido con traje de piloto / Fuente: Archivo familia Neira
Existen datos que permiten asegurar que, tras el levantamiento militar de julio de 1936, Neira se encontraba entre los grupos de obreros que acudieron al cuartel de la Guardia Civil situado en la calle del Morco para exigir armas con las que tratar de hacer frente a los golpistas. Sin embargo, la negativa del Gobernador Civil hizo imposible la resistencia en la capital burgalesa inaugurándose una cruenta represión sobre todos aquellos que pudieran mostrar rechazo hacía las nuevas autoridades. Neira logrará escapar a esta primera oleada de detenciones y, según se revela en el libro El complot del cementerio viejo, podrá esconderse en casa de Isidro Martínez quien trabajaba como auxiliar en el Parque de Artillería, donde su hermano Pablo también prestaba servicios. Será este último quien se verá apresado por los militares sublevados que, como medida de presión, arrestarán también a otros miembros de su familia, incluido el padre de su compañera Valeriana.Dadas las circunstancias, Nicolás Neira decide entregarse el 30 de julio de 1936 siendo inmediatamente ingresado en la Prisión Central de Burgos de la que nunca ya saldrá con vida, al menos oficialmente.
Y es en este “oficialmente” donde se ha centrado la investigación llevada a cabo por la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos ante las sospechas de que, tanto el expediente carcelario de Neira, como el de otras cuatro personas (Placido Pérez Barriuso, Mauricio Gómez Diego, Rafael Laserna Elena y Juan Quibtanilla Alarcia) donde oficialmente figuraba que habían muerto en prisión por causa natural el 9 de septiembre de 1936, había sido falseado.
La Sociedad de Ciencias Aranzadi ha podido determinar que, tanto los restos de Nicolás Neira, como el de estas otras cuatro personas, se encontraban en una fosa común localizada durante las campañas de excavación llevadas a cabo en el monte de Estépar entre los años 2014 y 2015. Se trataría en concreto de la Fosa 3 donde figurarían las otras 22 de personas que aquel 9 de septiembre fueron “sacadas” de la cárcel de Burgos para ser fusiladas en este paraje de triste memoria. A ellas se sumarían los cinco cuerpos más que fueron localizados en dicha fosa y que gracias a las muestras de ADN aportado por los familiares han podido ser plenamente identificados.
Continúa por desconocerse por qué se intentó encubrir el asesinato de Nicolás, Plácido, Mauricio, Diego y Juan indicando en su expediente carcelario que habían muerto por causa natural. Cinco personas que, como bien señala Juan Montero, arqueólogo y director de las excavaciones en el monte de Estépar, compartían el nexo común de encontrarse ampliamente significadas políticamente en el Burgos de la época; en el ámbito libertario el primero, y en los sectores socialistas los otros cuatro asesinados.
Imágenes del homenaje a Nicolás Neira en el monte de Estépar / Fuente: DV
En cuanto a los otros 22 individuos que componían esa fatídica fosa 3, cabe señalar que, según las investigaciones realizadas, se trataría de personas que, a excepción de una, se encontrarían ya en la cárcel con anterioridad al 18 de julio de 1936. Estudiando su expediente carcelarios se deduce que eran presos de fuera de Burgos y que, en muchos casos se trataba de afiliados a la CNT que habían sido acusados de participar en los sucesos revolucionarios de octubre de 1934. El sistema penal de la época los catalogaba como “presos comunes” pero el hecho de ser fusilados en Estépar muestra el claro proceso de depuración ideológica al que fueron sometidos por los sublevados.
Después de 83 años, los restos de Nicolás Neira fueron finalmente entregados a su hija Raquel, quien siempre fue conocida como “la niña de la CNT”, en un emotivo homenaje a la figura de un anarquista burgalés al que quisieron sepultar su recuerdo, pero sus ideales se convirtieron en semilla que germina entre aquellos que luchan por la libertad y la justicia social.
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