“ Hay mariposas que viven una primavera, otras viven durante una semana. Algunas sin embargo, viven solos unos días, unas horas… y otras en cambio, no llegan a nacer. Aún así, todas ellas tienen algo que les es común, vivan el tiempo que vivan. Todas y cada una de ellas han cumplido su misión” E. Kübler-Ross.
Empezaba el mes de marzo como tantos otros marzos, cada quien con sus proyectos, turnos de trabajo, amores, desconsuelos; rutinas y actos cotidianos que nos hacían sobrellevar el día a día sin pensar, o pensando poco: niños, cole, curro o buscar curro, limpiar la casa o luchar para que no te la quiten…Cada vecina con su ritmo vital, cada uno con sus labores.
Todo eso paró a mitad de mes, a pocos días de alcanzar la primavera.
La crisis del corona-virus lo inundó todo con sus muertes, infecciones, mascarillas, prohibiciones; la rutina se nos rompió de bruces y nos quedamos sin la supuesta seguridad del día siguiente: ¿qué pasaría mañana? Ya nada sabíamos más que el virus nos arrancaba todo hasta lo más sutil, aquello que solo valoramos cuando ya no lo tenemos: las expresiones de la cara, la alegría en el saludo, los besos, una caricia a tiempo…todo fue silencio, aislamiento, un futuro negado – aunque ya lo estaba pero éramos incapaces de darnos cuenta-.
Entre la incesante cascada de noticias, llegó la más punzante, la que te aguijonea el corazón haciéndote una herida que ya jamás curará. Una de esas mariposas que tenía que llegar un 25 de marzo, no llegó a nacer. Dolor y rabia, sin un abrazo de consuelo. Tantas mariposas se han ido solas este marzo que cuesta reponerse y mirar con esperanza al mañana.
Pero cuando crees que ya nada tiene sentido, que lo más importante se te escurre entre los dedos, algo te hace recomponer las ideas y el alma.
Algo te hace ver que detrás de este colapso colectivo afloran las más primigenias formas de comunidad, como brújula frente al caos, en cada vecina, en cada uno de nosotros que llama a la puerta del otro con el verdadero compromiso de ayudarnos.
Algo te inspira a creer que esos miles de lazos de solidaridad que han surgido van a mantenerse para enseñarnos que lo esencial está en el cuidado de la vida y la tierra; que cuando las cosas se ponen feas el dinero no sirva para nada y por ende, nuestra vida anterior de sometimiento al capital no tiene validez alguna.
Algo te susurra desde lo más remoto que nada es tan valiosos como estar con tus mayores con cariño y humildad, devolviéndolos todo cuánto hicieron por nosotros, mientras nos siguen enseñando cuál es el camino para resistir y no dejarse vencer.
Esas mariposas, y una en concreto, me ha enseñado que es ahora más que nunca cuando tengo que luchar por lo que creo, sin creerme los cantos de sirena de la ansiada vuelta a la normalidad. La normalidad que teníamos es la que nos ha traído hasta este abismo mundial donde sólo nos queda poner todo patas arriba para no volver a caer en las garras del capitalismo que tanta miseria, desolación, enfermedad y muertes genera.
Esa mariposa cumplió su misión, dándome una valiosa lección: ya no hay vuelta atrás. Marzo fue un punto de no retorno y ya solo nos queda luchar por una futuro totalmente distinto.
Eso implicará ser muy osados para dejar que el dinero sea quien maneje nuestros destinos y decisiones; nos obligará también a ser más inteligentes colectivamente, poniendo en el centro el bien común y defendiendo aquellas maneras de sociedad que priorizan las redes sociales, el apoyo mutuo y el cuidado frente a la acumulación de beneficios.
Necesitaremos creer con convicción que no tenemos más tiempo que esperar; que si ha sucedido todo esto es para que por una vez por todas, rompamos con un sistema que ya se está destruyendo a si mismo.
A esa mariposa le debo, que las lágrimas derramadas se conviertan en pasos firmes hacia la construcción del mundo que me hubiera gustado para él.
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