A estas alturas del cuento todos deberíamos haberlo visto claro y si no lo hemos visto deberíamos empezar a preguntarnos ¿qué nos ha cegado?.
En 2011 al calor del 15M nació N-1. N-1 era una red social política, pero sobre todo era una red social ética. Ni quería datos, ni pretendía comerciar con ellos. Pero esa red social desapareció y las razones de su desaparición no están claras. No obstante tened por seguro que levantar una red social que haga sombra mínima a Twitter, Facebook, Watshapp, etc. cuesta. Requiere mucho esfuerzo, así que es lógico que N-1 terminase desapareciendo. Pero no solo ha fallado N-1, otros proyectos más ambiciosos, con más cabeza y más recursos como Diaspora, identi.ca, GNUsocial… también han fracasado o al menos no se les conoce ninguna repercusión social. Tal vez Mastodon o Signal son de los pocos intentos que están teniendo algo de impacto, al menos en lo que a colectivos políticos se refiere.
Hoy por hoy no se suelen encontrar colectivos sociales que carezcan de perfiles en redes sociales comerciales, incluido el mismo DV, y esto tiene sus consecuencias. Cada seguidor que los colectivos sociales consiguen es marcado bajo una ideología o al menos un interés. Ese interés marcará la publicidad y los contenidos que visualiza. Probablemente moldearan con relativo éxito su opinión y sus futuros actos. Mientras los colectivos sociales alimentamos con datos al más que cuestionado mercado de las redes sociales, nuestra incidencia en las mismas es prácticamente nula.
Imaginad el siguiente ejemplo. Un colectivo animalista burgalés quiere informar del maltrato animal que tiene lugar en el matadero de carnes selectas propiedad de Campofrío. Para ello decide abrir cuentas en redes sociales, pero lo hacen “bien”. Se han organizado muchas personas afines para comentar, retuitear, recomendar, dar like, etc… al mismo tiempo y dar relevancia el contenido que salga de la nueva cuenta, ganando seguidores, amigos… La operación consigue varios cientos de fieles y varios miles de personas que visualizan el contenido. Todo un éxito. Pero salvo por los seguidores, los nuevos amigos, los “likes”, los “retuis” el colectivo animalista no tiene ni idea de la repercusión que ha tenido su contenido. ¿La gente se paró a leerlo?, ¿Pinchó en el enlace?, ¿Leyeron más sobre el tema?, ¿Ojearon otros contenidos animalistas?. Hay un montón de preguntas que al colectivo animalista se le escapan, pero no a la red social. La red social, gracias a dicho colectivo, sabe que personas se vieron impactadas, que personas se sintieron atraídas por el contenido y cuales no. La cosa no termina aquí. Al cabo de unos días, alguien de la empresa Campofrío se da cuenta que la campaña del colectivo ha dañado su imagen y deciden actuar. El plan es sencillo, pagarán en redes sociales para que busque a las personas que hayan seguido ese contenido y les muestre contenido que les haga cambiar de parecer. Este proceso es sumamente complicado y realmente perverso. El receptor no debe pensar ni por un instante que está siendo captado. Estos mecanismos han sido y son utilizados por muchos poderes mundiales. Sin ir más lejos el proto-fascismo republicano que ha liderado Trump y que se ha replicado en multitud de países bajo otras siglas y líderes se ha aprovechado en sus campañas políticas de estos mecanismos para “activar” o “desactivar” votantes, se cuenta muy bien, por ejemplo, en el documental de “El gran hackeo”.
En la península ibérica la empresa Facebook es la reina del “tinglao”. Dueña de las plataformas Facebook, Instagram, Watshapp… Los mensajes que nos mandamos, los contenidos que leemos, todo presuntamente se triangula entre empresas del grupo y empresas ajenas. Cada palabra, cada vídeo, cada imagen y cada audio suma y sigue a tu perfil digital. Antes de mostrarte la búsqueda el buscador tiene una gran idea de lo que te interesa. Antes de que entres en la página de esa tienda online tus últimos chats influiran en los productos de portada. Y en todo esto la gran mayoría de colectivos políticos, movimientos sociales, partidos y sindicatos habrán contribuido. Todo por hacer proselitismo, un paupérrimo y ridículo proselitismo.
Pero todo esto no es nuevo. Llevamos así desde 2011 y los movimientos sociales, en su gran mayoría, son esclavos del proselitismo digital, de los “likes”, de los “retuits” y de los “me gusta”. Lo que es nuevo es la última directiva de la UE llamada “Chat control“. La cual goza de un amplio apoyo en el parlamento europeo (537 vs 133). La directiva propone que todas y cada una de nuestras conversaciones privadas, emails, chats, etc sean procesadas desde el punto de vista de la “seguridad ciudadana”. Para argumentar la aberrante directiva sus partidarios se han agarrado, sobretodo, a la pornografía infantil. Un argumento que a poco que conozcas el mundo digital descubrirás que se cae por su propio peso y que seguramente evidencie que existen otro tipo de oscuras razones para espiar a tus conciudadanos.
Y mientras, cada día que pasa estamos más lejos de la privacidad. Cada día que pasa se abren un puñado de nuevas cuentas políticas en Twitter. Cada día que pasa se crean otros tantos grupos de Whatsapp y Telegram, para difundir, quedar o debatir sobre cosas que nadie sabe. Nadie, salvo Twitter, Amazon, Google, Facebook, Pável Dúrov y ahora también el comisario más fascista de la brigada de información de la comisaria más cercana. ¿Qué cojones nos ha cegado?.
Manel
Pues sí, no somos totalmente víctimas, sino servidores voluntarios, ya nos lo dijo De La Boétie.
¡A ver si DV da ejemplo abandonándolas!
Antonio
El propio internet, que la mayoría acepta y nunca va a rechazar, es más de lo mismo: datos, vigilancia, control.
Así que (contradictoriamente): Deberíamos abandonar internet.
Anónimo
Bueno, eso no es del todo cierto. Hay muchas tecnologías que evitan o van en la linea de evitar la recopilación de datos. Cito algunas como tor, https, ssl, GPG, criptomonedas… Incluso el mismo estándar web no se pensó para ello. El problema no es internet, el problema han sido determinadas ideas o implementaciones. Pero el germen de internet no parece haber contribuido para nada a estas cosas.