Publicado por DV & archivado en Burgos.

Tras un mes de noticias sobre los chalecos amarillos que han desatado protestas multitudinarias configurando un posible conato de revolución social, la duda se cierne sobre si este fenómeno de los chalecos se extenderá a nuestros territorios y de qué manera se neutralizará la presencia de la extrema derecha que lo pretende fagocitar.

El aumento del precio de los carburantes fue el detonante para que miles de personas de las periferias de las grandes ciudades francesas tomaran las calles y cortaran las carreteras para protestar. Quienes al principio fueron denominados como “buenas gentes” que se manifestaban por la mejora de sus condiciones materiales de vida, en el transcurso de la revuelta y a medida que se han ido incrementado las acciones de presión, han pasado a ser considerados como agentes violentos de extrema izquierda y extrema derecha. Este cambio de discurso se debe a que las élites del poder no quieren asumir que se trata de un levantamiento popular, heterogéneo e intergeneracional que se auto-organiza en base a sus intereses y necesidades, en contra de la precarización constante que sufren de sus salarios y de sus recursos vitales.
Ese movimiento popular, con su sola presencia en las calles y con su negativa a aceptar las migajas ofertadas por el Estado, están evidenciando que un mundo entero basado en el neoliberalismo se está desmoronando. Macron pretende paliar este colapso social con concesiones económicas para seguir manteniendo un orden social que solo beneficia a las clases más pudientes; por ello, ofrece subir 100€ el salario mí­nimo pero se niega a establecer el impuesto que grava a las fortunas que superan los 1,3 millones de euros.
Si alguien gana tanto es porque mucha gente pierde mucho, tanto que incluso con empleo no se llega a fin de mes. ¿Esto no es violencia? Los medios de comunicación no paran de atiborrarnos con imágenes de “violencia” de los chalecos incendiando coches, parando la circulación, haciendo barricadas, saqueando grandes multinacionales, etc., mientras se ocultan deliberadamente las violencias cotidianas a las que está sometida la población: alquileres e hipotecas abusivas que se materializan en miles de desahucios al año, recortes en servicios básicos como sanidad, transporte, educación, energí­a, mientras se soporta subidas de impuestos y reducciones salariales. Esa es la verdadera violencia, la que ejerce el sistema capitalista en todos los rincones del planeta con su cosmovisión depredadora del ser humano y de los recursos naturales en base a mercantilizar todos los aspectos de la vida. Lo que hacen los chalecos es responder a esa violencia estructural, continuando con una herencia de resistencia y lucha como sucediera en 1789 y en mayo del 68, por citar los ejemplos más conocidos. Porque no podemos olvidar que la historia del capitalismo es una historia de sangre y violencia de las élites económicas sobre las clases desposeí­das. En todas las épocas, en todos los territorios, ha habido revueltas y motines frente a las instituciones que pretendí­an expoliar a la población tanto de sus recursos comunales como de sus derechos individuales. Y precisamente no eran actos pací­ficos ya que luchaban por dejar a las generaciones venideras un futuro mejor.

 

Por ello, no deberí­a sorprendernos que una masa enfurecida legitimada éticamente por querer mejoras en sus condiciones de vida, asalten las carreteras, distorsionen la normalidad de las ciudades y acorralen al Presidente de la República hasta que claudique ante sus demandas. Esto en sí­ está muy bien pero no es suficiente para superar las contradicciones del capital-vida; si no apostamos por otro tipo de organización social más comunitaria, horizontal e igualitaria seguiremos parcheando una realidad insostenible.
Y aquí­ ¿llegará el movimiento de los chalecos amarillos? Como bien dice el refrán Cuando veas las barbas de tu vecino cortar...Pero tendremos que estar atentas para neutralizar a la extrema derecha que tratará de colapsar estas revueltas populares canalizando la rabia vertida, en vez de hacia las instituciones capitalistas, hacia discursos de odio sobre la población inmigrante, las minorí­as étnicas y quienes menos recursos tienen. Aún resuenan los ecos de movilizaciones no tan lejanas como fueron las primaveras árabes o el 15M que fomentaron asambleas en los barrios de cada ciudad para construir entre todas el cambio social que ansiamos, apostando por la autogestión y la redes de cuidado al margen del Estado. Después de unos años de fuertes movilizaciones sociales hemos pasado a una somnolencia colectiva, a excepción del movimiento feminista y del pensionista, debido en parte a que mucha de esa fuerza y rabia se encaminó hacia la conquista de poder institucional. Aprendamos de los errores y no volvamos a caer en los cantos de sirena de quienes no quieren la transformación social sino un rédito personal, mientras el desencanto polí­tico es aprovechado por los discursos más xenófobos que tratan de poner “al otro” como el enemigo del pueblo en vez del sistema capitalista que nos arruina económica y emocionalmente.

2 Comentarios para “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…”

  1. Anónimo

    Confundir a miles de personas de las periferias de las grandes ciudades francesas con miles de personas de la Francia rural inhabilita todo el desarrollo del artí­culo.

  2. Aina

    Igual esque no me he fijado bien, pero no veo esa confusión entre la Francia rural-urbana en el artí­culo.

    Y en el caso de que fuera así­ ¿en que se han materializado esas diferencias en las últimas movilizaciones? ¿Han existido diferentes discursos o prácticas en el rural que en las ciudades? Pregunto desde el desconocimiento.

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