<La concepción del partido anarquista se ajusta a los parámetros generales de los partidos políticos en lo teórico, salvo en lo que respecta a la toma del poder político;
el medio de transformación social es la organización partidaria, que establecería la dirección revolucionaria.
Frente a esta concepción representativa, directiva, externa y mediadora del plataformismo> <se erige la mayor parte del movimiento anarquista>
Llevamos varios años de derechización del escenario político general y también de los movimientos sociales.
Hay que estar alerta de las tendencias autoritarias que intenta influir en los movimientos autónomos para implantar la forma organizativa de partido, donde unas pocas personas participan de la toma de decisiones importantes para que el resto las lleven a cabo. Sin necesidad de hablar en organizarse como partido, los dirigentes pueden controlar y diriguir de manera informal los movimientos sociales mediante el entrismo y la manipulación.
A continuación publicamos los primeros capítulos de “Entre la plataforma y el partido. Las tendencias autoritarias y el anarquismo” de Patrick Rossineri, publicado en los números 45 a 49 del periódico anarquista “libertad” de Buenos Aires, Argentina.
Desde este diario publicaremos por partes el libro.
En este enlace tenéis el libro completo en pdf. También lo puedes encontrar en la Biblioteca anarquista “La Maldita”, situada en calle las escuelas 8a del pueblo de gamonal.
“INDICE
1.Introducción.
2. ¿Qué es un partido político?
3. La falacia del partido bakuninista.
4. La artimaña del”partido de Malatesta”.
5. Lenin y la concepción bolchevique de Partido.
1.Introducción
El anarquismo es un movimiento -es decir, una multiplicidad de tendencias- cuyo fin general es fundar una sociedad sin explotados ni oprimidos, aboliendo toda forma de gobierno y de propiedad de los medios de producción, eliminando las clases sociales y sus privilegios, las desigualdades raciales, sexuales, económicas, políticas y sociales. Este esbozo descriptivo comprende a la mayoría de las tendencias que se denominan anarquistas: individualistas, organizacionistas, comunistas, colectivistas, plataformistas, anarcosindicalistas, etc. No obstante este carácter movimientista inherente al anarquismo, algunas tendencias tienen una visión no tan inclusiva, sino que apuntan a la conformación de una organización anarquista de tipo partidaria: un partido anarquista.
Estas propuestas toman generalmente como punto de partida a la Plataforma Organizacional que allá por los años ’20 pergeñaran en el exilio Makhno, Archinov y otros destacados militantes anarquistas rusos, que habían logrado salir de la Rusia bolchevique. Este documento proponía la reorganización del anarquismo en Rusia incorporando -sin reconocerlo- elementos de neto corte leninista, con la intención de superar los errores que habían llevado a la derrota anarquista frente a la preponderancia bolchevique durante la Revolución Rusa. Dentro de esta línea plataformista se destacan el Workers Solidarity Movement de Irlanda y la NEFAC norteamericana, siendo algunos de sus referentes más conocidos en América Latina la Alianza de los Comunistas Libertarios de México, la Organización Comunista Libertaria de Chile, la Federación Anarquista Gaucha brasileña y la OSL argentina. Pero también han habido en los ’60 y ’70 otras tendencias que sin reconocerse abiertamente plataformistas, han esbozado un sendero paralelo influenciados por la revolución cubana. El principal referente de esta línea ha sido la Federación Anarquista Uruguaya, organización paradigmática y fuente de inspiración de organizaciones anarco-marxistas y anarquistas de estilo partidario, como fue el caso en Argentina de Resistencia Libertaria, así como de varias organizaciones plataformistas.
En la mayoría de estas tendencias y organizaciones existen ciertos presupuestos compartidos, patrones comunes y elementos afines, que permiten englobarlas como una única corriente. Su elemento más destacado es la concepción de que la revolución anarquista debe ser propulsada por organizaciones de tipo partidario. Esta concepción ha sido justificada desde diversos ángulos y con argumentaciones diferentes, no siempre congruentes entre sí. De todos modos, los puntos en común prevalecen por sobre las diferencias, que parecen más bien matices de un mismo color.
Provisoriamente digamos que, entendemos por partido político a un grupo de personas conformando una organización política adscripta a una ideología y con un programa de acción, cuya finalidad es la toma del poder político, es una organización independiente del Estado y tiene como pretensión ser representante de la voluntad general y los intereses de la mayoría. El partido político se nos presenta como un vehículo de transformación social, como un medio para alcanzar un fin (el gobierno). La concepción del partido anarquista se ajusta a los parámetros generales de los partidos políticos en lo teórico, salvo en lo que respecta a la toma del poder político; el medio de transformación social es la organización partidaria, que establecería la dirección revolucionaria. Frente a esta concepción representativa, directiva, externa y mediadora del plataformismo y el anarco-partidismo, se erige la mayor parte del movimiento anarquista en todas sus otras vertientes. A continuación, examinaremos algunos de los presupuestos básicos y argumentos que estas tendencias utilizan para justificar la necesidad organizarse bajo la forma de partido.
2. ¿Qué es un partido político?
Los partidos políticos surgieron como agrupaciones o clubes de individuos colaboradores que apoyaban la candidatura parlamentaria de un político. Desde sus orígenes, a principios del siglo XIX, los partidos políticos se vincularon a la idea de gobierno (acceso al poder) y a la idea de elecciones representativas. Eran facciones o grupos políticos organizados en torno a un candidato, pero con el tiempo fueron adquiriendo un carácter mucho menos provisorio o circunstancial, convirtiéndose en organizaciones más formales, estratificadas y burocratizadas, ya no organizándose en torno a un individuo sino más bien a un programa o a una ideología. En un sentido más moderno -según sostiene el estudioso Francisco de Andrea Sánchez- un partido político presenta ciertas características que lo diferencian de otro tipo de agrupamientos políticos: “a) una organización permanente, completa e independiente, b) una voluntad para ejercer el poder, y c) una búsqueda del apoyo popular para poder conservarlo”. Este autor sostiene que, al igual que dentro de la categoría medios de transporte se incluye a diversas clases de vehículos, se podría decir que “todo partido político es un grupo político, pero no todo grupo político es un partido político.” Un grupo político puede ser una ONG, una agrupación sindical, una agrupación universitaria, un club, etc., no necesariamente un partido político.
Esta distinción es esencial cuando se trata de abordar el por qué del rechazo de los anarquistas a la conformación de un partido. Todas las definiciones de partido político llevan como ingrediente ineludible la voluntad de acceder a un gobierno. Veamos las siguientes definiciones:
1- “un partido político es un grupo de seres humanos que tiene una organización estable con el objetivo de conseguir o mantener para sus líderes al control de un gobierno y con el objeto ulterior de dar a los miembros del partido, por medio de tal control, beneficios y ventajas ideales y materiales” (Friedrich, Carl. J. Teoría y realidad de la organización constitucional democrática, México, FCE: 297).
2- “la forma de socialización que, descansando en un reclutamiento libre, tiene como fin, proporcionar poder a su dirigente dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales” (Weber, Max. Economía y sociedad, México, FCE, 1969: 228).
3- “Un partido es un grupo, cuyos miembros se proponen actuar en concierto en la competencia por el poder político” (E. Schumpeter, citado en de Andrea Sánchez. Los partidos políticos: 61).
Estas son solo algunas de las definiciones que la teoría sociológica moderna admite para la categoría de partido político. Entonces, un partido es una organización estructurada para dirigir, administrar, representar, gobernar, es una entidad esencialmente mediadora (promueve la acción indirecta). Atendiendo a lo anterior, la forma partido resulta contradictoria con algunas de las finalidades básicas del anarquismo: acabar con todo tipo de poder político, eliminar al Estado y toda forma de gobierno. Esta es la principal objeción que se puede hacer a la idea de partido anarquista.
3. La falacia del partido bakuninista
Pero esta incongruencia entre medios y fines suele ser sorteada por los anarco-partidistas objetando que cuando hablan de partido se refieren al sentido que le dio Bakunin, como es el caso de la ACL mexicana. En un documento denominado El Anarquismo Revolucionario y los Partidos Políticos sostienen que Mikhail Bakunin “comprendía a la perfección la necesidad histórica de un partido revolucionario, formado únicamente por los elementos más entregados y abnegados a la causa revolucionaria. Bakunin no solo comprendía la necesidad de una organización de tales características, sino que además la construyó en el año de 1868 bajo el nombre de Alianza de la Democracia Socialista”.
En primer lugar, es absolutamente falso que Bakunin “comprendiera a la perfección la necesidad histórica de un partido revolucionario”, más aún cuando lo que se señala como un partido político de su creación, no lo era en el sentido moderno. La Alianza era una agrupación política de vanguardia nacida para la acción y la lucha y como lo dice el propio Bakunin: “el único objetivo de la sociedad secreta tiene que ser no la constitución de una fuerza artificial fuera del pueblo, sino el despertar y organizar las fuerzas populares espontáneas”. El papel de la vanguardia no es dirigir o conducir a las masas hacia la revolución sino influir en las clases populares para auto-organizarse y emanciparse a sí misma, desde dentro de las masas y no externamente, estimulando la acción directa espontánea. Bakunin se refiere en realidad a pequeños grupos independientes e interconectados entre sí, que responden a un mismo ideal revolucionario. Lo que se proponía la Alianza era influenciar a las masas, no dirigirlas desde una posición de poder. A Bakunin le interesaba mucho menos aún la continuidad de tal organización después de producida la revolución, lo cual concuerda con su visión insurreccionalista y espontánea de la revolución social. La permanencia en el tiempo o la participación reformista estaban excluidas de las actividades de la Alianza.
Tomando algunas de sus frases aisladas, podría interpretarse que existen puntos de contacto entre el vanguardismo de Bakunin y la “dirección revolucionaria” de Lenin. Y esto es posible porque la obra de Bakunin es asistemática, dispersa, fragmentaria, discontinua y muchas veces confusa (lo que se trasluce en expresiones como “la Alianza, tiene por misión el dar a estas masas una dirección realmente revolucionaria”) . En cambio, la obra de Lenin es considerablemente más compacta y estructurada y ofrece menos lugar a dudas. El británico Christopher Hill -el más brillante historiador marxista de su generación- describe sucintamente la idea de partido que defendía Lenin en el célebre ¿Qué Hacer? de 1902: “sólo un partido político de la clase obrera podría ser instrumento de la revolución. (…) no podía haber movimiento revolucionario sin una rigurosa orientación teórica. Pero la conciencia de clase no podía brotar espontáneamente en la clase obrera; debía ser introducida desde fuera por un partido político que constituyese la vanguardia y guía consciente de esa clase”. Por eso, cuando la ACL sostiene la “necesidad histórica” de un partido revolucionario, más que seguir a Bakunin, se encolumna claramente dentro del pensamiento leninista. Por otra parte, la ACL declara que renuncia a autodenominarse partido solo por cuestiones tácticas, “puesto que hoy en día se entiende por partido la noción burguesa de: elecciones, parlamento, poder político, y toda una serie de conceptos que van en contra de la emancipación popular.” Lo que en realidad no puede significar otra cosa que decir: “somos un partido, pero no lo reconocemos públicamente para evitar objeciones”.
Para la ACL los partidos políticos autoritarios son los burgueses y los leninistas, considerados verticales y centralistas, en oposición un supuesto partido anarquista que, de todos modos, no dejaría de lado la división entre dirigidos y dirigentes, emancipados y emancipadores, inconscientes y conscientes; en esto se resume esta supuesta “tendencia bakuninista”. Como bien sostiene al respecto el consejista Roi Ferreiro: cuando la ACL afirma que su pretensión es “insertar nuestro programa socialista libertario en [los movimientos populares] y conducir las luchas populares por un sendero anti-capitalista”, lo está diciendo todo. Quien no sepa ver aquí a un “partido revolucionario” más, sin ninguna diferencia esencial con todos los demás que así se proclaman, es que está ciego.
Lo paradójico del caso, es que la ACL pretenda diferenciarse del leninismo, atribuyendo al propio Bakunin la paternidad del pensamiento leninista: “la concepción de una Organización de los elementos de vanguardia, no es, como muchos piensan, expuesta por vez primera por Lenin. Con décadas de antelación Bakunin entendió que las organizaciones de defensa y resistencia del Frente de Masas (por ejemplo los sindicatos o las asociaciones obreras internacionales) no eran suficientes para emprender una lucha revolucionaria, sino que hacían falta, además, los núcleos de los revolucionarios mas conscientes que les disputaran la dirección de los movimientos populares a las tendencias reformistas y a las abiertamente burguesas” (subrayado nuestro). Aquí se revela en toda su esencia un partido político que compite por el poder con otras fuerzas de similares características. De más está decir que nunca fue este el pensamiento de Bakunin.
Si bien la ACL sostiene que su principal diferencia con el pensamiento leninista consiste en que la organización anarquista no pretende tomar el poder, debemos tener presente que si bien los fines son opuestos, los medios para conseguirlos son similares. Y esto debería prender una luz de alerta en todos aquellos que con buenas intenciones adhieren a este tipo de propuestas, porque el salto que va de la dirección de los movimientos populares a la dirección político-económica de la sociedad por una organización anarquista, puede ser en realidad tan solo un paso.
4. La artimaña del “partido de malatesta”
Evidentemente el contenido contradictorio del término partido anarquista tampoco se escapa a otras agrupaciones que tienden a justificar su utilización. Por ejemplo, en Hijos del Pueblo, Nº 7 (Buenos Aires, junio de 2007) se afirma que en los años ’70 la Liga Anarco Comunista y Resistencia Libertaria “levantaban como estrategia, la necesidad de la construcción de una Organización Específica Anarquista, siendo la primera una tendencia o línea, un grupo más que participaría del proceso de la construcción de dicha organización, que era caracterizada como un partido. Esto se hacía retomando los planteos de Bakunin y de Malatesta, quien se refería a la necesidad de formar un partido anarquista, entendiendo por tal la organización de los anarquistas”.
En primer lugar se hace necesario aclarar que Resistencia Libertaria, según quienes la integraron, era un partido de cuadros en la acepción moderna del término, inspirada en los partidos de la izquierda revolucionaria de los ’70. Por eso es incorrecto acudir a Malatesta -mucho más a Bakunin- para justificar la “necesidad de formar un partido anarquista”. El término partido tal como lo usaba Malatesta no tenía el sentido de la forma histórica “partido político”, sino que era utilizado como sinónimo de organización, agrupación, grupo político o facción. Un partido en su acepción moderna es un tipo, una clase de organización bien definida.La propia FAU -que propicia una versión de anarco-partidismo de cuño propio- en su página Web aclara que el sentido que le dio Malatesta al término partido es “el conjunto de todos aquellos que combaten por un objetivo político-social dado, con los mismos criterios y acuerdos, independientemente de las formas específicas de organización, y también de su existencia o no”. Cuando Malatesta hablaba de partido no hablaba de otra cosa que de organización, frente a las posturas individualistas de su época. No se refería a un partido político de ninguna especie, sino que se refería a “conjunto de individuos que tienen un objetivo común y se esfuerzan por alcanzar ese objetivo”. Porque lo que se discutía en esos años era si se debía actuar en organizaciones o actuar individualmente; no se planteaban cuestiones como partido sí o partido no.
Por ejemplo, veamos la forma de organización que Malatesta concibe: “Deseamos que los grupos anarquistas se multipliquen y se ensanchen. Hágase una federación, háganse dos, háganse cien: lo importante es que cada uno halle el ambiente que le conviene, que cada uno pueda trabajar según sus ideas y su temperamento, y halle en la asociación no un límite a su libertad, sino el modo de hacer más eficaz su actuación, más verdadera su libertad… Libertad del individuo en el grupo y del grupo en la federación”. Esta acepción abierta del término partido en Malatesta no se corresponde en absoluto con la acepción restringida de partido político, sino que es aplicable a diversos tipos de organizaciones y asociaciones.
Además, Malatesta condenó explícitamente el tipo de organización partidaria de corte leninista -como lo hizo con el plataformismo-, y advertía que si la revolución era obra de la organización anarquista y no de los trabajadores por sí mismos “entonces ya no habría triunfo del anarquismo sino un triunfo nuestro. Por mucho que nos llamáramos anarquistas, en realidad no seríamos más que simples gobernantes y seríamos impotentes para el bien como lo son todos los gobernantes” (V. Richards: 128). Entonces, utilizar la expresión partido anarquista en el sentido malatestiano es un anacronismo perfectamente reemplazable por los actuales términos de organización o colectivo anarquista; es atribuir a la expresión un significado diferente al que le daba su autor. Este disparate no encuentra mayores justificativos cuando Vernon Richards y Angel Cappelletti, los más sobresalientes comentaristas de Malatesta, nunca interpretaron el enunciado partido anarquista como la propuesta de conformar un partido político como forma organizativa de los anarquistas.
Entonces, ¿cuál es el sentido de insistir en la utilización del término partido anarquista, para luego tener que aclarar que en realidad se hace referencia a una agrupación política completamente diferente a lo que se entiende usualmente por un “partido político”? Quizás la respuesta sea que, lo que en verdad se está buscando es la naturalización del término partido entre los anarquistas, como un primer paso hacia la conformación de partidos políticos anarquistas propiamente dichos.
5. Lenin y la concepción bolchevique de partido.
Hemos dicho que la concepción de partido de vanguardia que asumen algunos grupos anarquistas se encolumna claramente en una concepción leninista, en lugar de hacerlo -como declaman- sobre el pensamiento de Bakunin o el de Malatesta. Veamos cuáles son los elementos principales de la concepción leninista de partido, que luego de la revolución rusa de Octubre de 1917 adoptarán los bolcheviques como doctrina oficial.
El primer punto a destacar es que Lenin creía que la conciencia revolucionaria debía ser introducida al proletariado desde fuera, externamente. El proletariado por sus propios medios solo llevaba adelante la lucha económica, que se empantanaba en la lucha sindicalista, de finalidad reformista. Sin un partido revolucionario que la dirigiese, la lucha de clases no se desarrollaría plenamente y quedaría en una fase embrionaria. Esta concepción de exterioridad del partido con respecto al proletariado, que inculca la conciencia revolucionaria verdadera (marxista, según sostienen) a una masa incapaz de generar su propia autoconciencia revolucionaria y sus propias ideas, se complementa con el papel dirigente del partido como vanguardia revolucionaria del proletariado.
Estas ideas fueron nítidamente expresadas en 1902 en el capítulo II del folleto ¿Qué Hacer? en referencia a las formidables huelgas de la década anterior en Rusia:”Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas” (Lenin, op. cit.)
“La teoría de Marx puso en claro la verdadera tarea de un partido socialista revolucionario: (…) organizar la lucha de clase del proletariado y dirigir esta lucha, que tiene por objetivo final la conquista del Poder político por el proletariado y la organización de la sociedad socialista” (Nuestro programa, Pág. 127).
Según Lenin, entonces, no es posible la autoemancipación de la clase obrera, porque no puede tener conciencia revolucionaria si no se le inserta desde afuera. ¿Y quienes son aquellos que sí tienen conciencia socialista?: los intelectuales revolucionarios socialistas, es decir, una vanguardia esclarecida que guiará al triunfo a la clase obrera. Esta vanguardia se organiza en un partido revolucionario encargado de dirigir la lucha obrera contra el capitalismo. El partido revolucionario se convierte en históricamente necesario, en el eslabón ineludible entre la clase obrera y la obtención del socialismo.
Otro punto destacable de la teoría leninista es el papel orientador de la teoría revolucionaria. Sin una teoría rigurosa no hay revolución posible. Y son precisamente elementos de origen burgués quienes proporcionarán sus capacidades intelectuales para forjar esa teoría.
“No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos de acción. Defender esta teoría que según su más profundo convencimiento es la verdadera, contra los ataques infundados y contra los intentos de alterarla, no significa, en modo alguno, ser enemigo de toda crítica” (ibidem, Pág. 128).
Aunque Lenin no lo exprese como una condición necesaria, de facto, son los intelectuales de los estratos burgueses quienes ocupan las tareas de dirección del partido revolucionario, que a su vez dirige la lucha del proletariado. En otras palabras, el partido es la vanguardia de la revolución social y los intelectuales son la vanguardia del partido.
También Lenin se encargó de detallar la forma organizativa del partido comunista. Sostenía que los fines del partido sólo podrían ser alcanzados a través de una forma de organización disciplinada denominada centralismo democrático. El partido era concebido como un ejército disciplinado de revolucionarios, los elementos más concientes del proletariado, aptos para desenvolverse en cualquier tipo de situaciones: la vanguardia revolucionaria.
El centralismo democrático combina el centralismo de un aparato militarizado con el funcionamiento democrático, exaltando la disciplina conciente y la renuncia voluntaria a la libertad con el fin de alcanzar unidad de acción y una máxima eficacia en el accionar del partido. En teoría las discusiones circularían de abajo hacia arriba y viceversa en la estructura vertical del partido, garantizando que las decisiones que implemente la dirección hayan sido discutidas por toda la organización. El marco general de estas discusiones sería el de una organización de autoridades electivas y revocables, con estricta disciplina de partido, libertad de crítica interna, responsabilidad individual del integrante, trabajo colectivo, soberanía de la mayoría sobre la minoría, subordinación a las decisiones de la dirección, las cuales son vinculantes para los organismos inferiores.
Como dijimos, así sería el funcionamiento del centralismo democrático en lo teórico, aunque es preciso subrayar que históricamente nunca hubo alguna organización leninista que llegara a funcionar dentro este planteo, sino que siempre lo han hecho exacerbando el centralismo jerárquico, el rol esclarecido de la dirigencia, anulando la disidencia interna, priorizando el “aspecto militar” de la organización, la disciplina rígida y anulando la iniciativa individual de los militantes. El centralismo democrático es una ficción histórica y un eufemismo que enmascara el burocratismo concreto de los partidos leninistas.
Otro aspecto destacable de la doctrina leninista consiste precisamente en su repugnancia a toda forma de espontaneísmo popular o a la pérdida del control de la lucha obrera por parte del partido: “nuestra “táctica-plan” consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice “debidamente el asedio de la fortaleza enemiga” o, dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular” (Qué hacer, capítulo V).
Como se puede apreciar, Lenin siempre resalta los aspectos militares, táctico-estratégicos, logísticos, las relaciones de fuerzas, los planes de asalto, es decir, lo que en la jerga político-militar se denomina la Técnica del Golpe de Estado, que fue eficientemente empleada por Trotsky en octubre de 1917 y brillantemente explicada por Curzio Malaparte. Cabe resaltar que la mención al ejército regular que hace Lenin se refiere a las fuerzas armadas del Estado burgués, cuando no es posible que el propio partido conforme un ejército revolucionario.
Quien más teorizó y promovió este aspecto militarista del marxismo-leninismo fue Mao Tse-tung, quien dedicó interminables páginas a exponer los fundamentos y las “leyes” de la Guerra Popular y Prolongada en un tedioso manual militar llamado Problemas Estratégicos de la Guerra Revolucionaria de China, en 1936. Todo el corpus teórico leninista referente a las tácticas y estrategias de la guerra revolucionaria, si bien ha quedado completamente desactualizado por razones históricas, continúa siendo fuente de referencia principal y de estudio en los partidos leninistas. Todo un ejemplo de dogmatismo a-histórico y cientificista, de parte de quienes se consideran poseedores exclusivos de métodos infalibles para lograr revoluciones y conocedores del devenir materialista-dialéctico de la Historia humana.
Toda la terminología militar que emplea Lenin no está divorciada de su concepción de cómo funciona la política, ni de sus ideas sobre la importancia de la disciplina dentro del partido. En el fondo, la concepción leninista no difiere de la que popularizara von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios.
Para Lenin: “La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (…) la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única. (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 6-7).
Frente a la reprobación que alguna vez se le hiciera sobre la utilización de estos modismos castrenses, en particular de la palabra agente, Lenin se jactaba de ello con sorna:
“Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo sólo elegiría el término “colaborados”, si éste no tuviese cierto deje de literaturismo y de vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes” (¿Qué Hacer?, Cáp. V).
Y esa visión marcial de la política, lejos de presentar escrúpulos en su accionar utiliza cualquier medio a su alcance para conseguir su objetivo, es decir la toma del poder del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado. En su concepción, los medios se subordinan a los fines, máxima de la que Lenin fue un maestro dando lecciones de oportunismo y arribismo sin igual. Una de sus anécdotas más conocidas es que se valió del agente alemán, teórico socialista y financista judío Helphand-Parvus -al que despreciaba profundamente- para obtener medios económicos y materiales para ingresar clandestinamente a Rusia, como es sabido, con dinero proporcionado por los imperialistas alemanes, quienes sabían que un triunfo bolchevique sacaría a Rusia de la guerra y frenaría la contingencia de una revolución protagonizada por los consejos obreros auténticamente radicalizada.
La disciplina partidaria -al igual que en un ejército- era una de las piedras angulares del proyecto revolucionario leninista. Sin una centralización severa y una disciplina férrea, no sería posible una revolución. Resulta difícil conjugar la obediencia ciega que Lenin y sus seguidores exigían a sus subordinados con la democracia interna, la libertad de crítica y el espíritu autocrítico que recomendaban implementar dentro del partido. Esta disciplina partidaria no se limitaba a la autodisciplina consciente y a la exacerbación de las responsabilidades del militante. Luego de la revolución, Lenin se preguntaba cómo había que hacer para mantener la disciplina del partido revolucionario, cómo se controlaba y cómo se reforzaba. La respuesta era previsible: por la conciencia, la firmeza y el espíritu de sacrificio de la vanguardia proletaria y “por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad” (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 8).
Las represiones que Lenin y Trotsky se encargaron de encabezar contra los revolucionarios que se oponían a la autocracia bolchevique y, posteriormente, el salvaje genocidio dirigido por Stalin para disciplinar a las masas, llenan a la expresión por experiencia propia, de un contenido funesto.
El unitarismo partidista es otro aspecto no menos destacable de la teoría leninista. Para Lenin un único partido revolucionario es el encargado de llevar adelante la dirección revolucionaria, porque cada partido representa un interés de clase diferente. Como es lógico deducir, si dos partidos socialistas representan a la clase obrera, al menos uno de los dos declama una representación falsa y no responde a los intereses de clase de los obreros. En la visión de Lenin el periódico tendrá un papel central y unificador, señalando la línea correcta al resto del partido y unificando criterios hacia adentro y hacia fuera de la organización:
“…el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir (…) en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que dirija a las más grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico central para toda Rusia que aparezca muy a menudo. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajan en torno a él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del partido en los momentos de mayor “depresión” revolucionaria, hasta preparar la insurrección armada de todo el pueblo, fijar fecha para su comienzo y llevarla a la práctica” (ibidem).
Por supuesto que semejante unidad de criterios, unidad teórico-ideológica y de acción solo puede ser alcanzada con el más estricto grado de disciplina militante y de obediencia a la línea que preconiza el Comité Central.
Desde el unitarismo partidista de los bolcheviques, los anarquistas y social-revolucionarios rusos eran percibidos como una aberración pequeño-burguesa, mientras que se percibían a sí mismos como el partido de la vanguardia proletaria. A pesar de que las condiciones históricas de Rusia fueran únicas, algo que no puede dejar de reconocer en muchos escritos, sin ningún desparpajo sostenía Lenin que “la experiencia ha demostrado que en algunas cuestiones esenciales de la revolución proletaria todos los países pasarán inevitablemente por lo mismo que ha pasado Rusia” (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 15). Teniendo en cuenta el destino final del castillo de naipes comunista que Lenin inaugurara y la pléyade de partidos únicos marxistas-leninistas (trotskistas, estalinistas, maoístas, guevaristas, etc.) que presumen de ser la verdadera vanguardia proletaria, no podemos menos que asombrarnos frente al patético grado de senilidad que evidencian las fórmulas leninistas.”