Publicado por DV & archivado en Asamblea de Solidaridad Permanente, Cárcel y Pres@s, Internacional.

wantedCondenado a dos cadenas perpetuas por su pertenencia a Acción Directa, Jean-Marc Rouillan pisó por primera vez la calle el pasado 17 de diciembre de 2007, tras 21 años de prisión sin ningún tipo de beneficio penitenciario, siete y medio de los cuales en régimen de aislamiento. Rouillan es autor de siete libros y de una serie de crónicas de su vida en prisión aparecidas en el periódico mensual de crí­tica y experimentación social CQFD. Su primer libro Odio las mañanas (ed. Llagut) está publicado en castellano y un segundo, Paul De Epinettes, va a aparecer próximamente en la misma editorial. A continuación publicamos una netrevista que la ha recientemente realizado el periódico Diagonal.

DIAGONAL: Tus primeras actividades como militante revolucionario son contra el Franquismo. ¿Cómo decides participar en esa lucha?

JEAN-MARC ROUILLAN: Pasé mi adolescencia en Toulouse, la capital de la España exiliada. Mi aprendizaje polí­tico lo hice durante mayo del “˜68 participando en manifestaciones y en los comités de acción de estudiantes. Mayo del “˜68 no fueron, como se dice ahora, sólo unos cuantos meses. La insurrección de la juventud y los combates antiautoritarios se prolongaron durante varios años.

Jean MarcEn Toulouse, por ejemplo, 1970 fue el año más contestatario. Por aquella época empecé a contactar a los refugiados españoles a través de sus hijos, que eran compañeros de instituto o amigos. Hice amistad con antiguos guerrilleros, casi todos anarquistas y algunos comunistas. Luego, cuando en el movimiento de izquierdas empezó a plantearse seriamente la cuestión de la lucha armada, a través de esos contactos empecé a militar con toda naturalidad contra el Franquismo.

D.: ¿Qué quieres decir con “la cuestión de la lucha armada”?

J.M.R.: Hoy en dí­a es difí­cil darse cuenta, pero en aquel perí­odo en toda asamblea, ya fuese popular o universitaria, y por parte de todos los grupos, ya fuesen anarquistas, trostkistas, maoí­stas, situacionistas, etc., la idea de que en un momento u otro habrí­a que tomar las armas formaba parte de todos los proyectos polí­ticos. La discusiones, a menudo acaloradas, eran en torno al cómo y al cuándo, pero estaba claro que la burguesí­a nunca abandonarí­a voluntariamente el poder y que en un momento u otro habrí­a que pasar a la insurrección armada o a la guerra revolucionaria. En aquellas asambleas si alguien se hubiese declarado contrario a la lucha armada se le habrí­a mirado con la misma extrañeza con que hoy se mirarí­a, en la misma situación, a un estudiante que invocase su necesidad. Lo que hoy es impensable entonces era pensado como inevitable. De hecho hoy en dí­a ya no se puede hablar de tales cosas, o sólo de una forma completamente individual y personal. Algo parecido pasaba en el Franquismo.

Se dice que la gente no podí­a hablar libremente, pero no es verdad. No habí­a ningún problema en que el tí­pico progre empezase a decir en la barra de un bar que estaba contra Franco, eso al régimen le traí­a al fresco. Lo que de verdad estaba prohibido por la dictadura era unirse y organizarse para luchar. Lo vi claro cuando fui a mi primera manifestación en Barcelona.

Yo estaba acostumbrado a las manifestaciones francesas en las que los enfrentamientos con la policí­a duraban literalmente horas, incluso toda la noche, y eran una verdadera batalla campal. Cuando me llevaron a mi primera manifestación en Barcelona se trataba de unas 200 personas que andaban por la acera. De repente se pusieron en medio de la calle y empezaron a gritar. A los cinco minutos un coche de la policí­a pasó unos 30 metros más lejos. Estoy convencido de que pasaba por allí­ por casualidad, pero todo el mundo se puso a correr y desapareció. En el año “˜70, tras haber cruzado muchas veces la frontera con material de ayuda a grupos antifranquistas, contacté con Oriol Solé Sugranyes, con quien fui a Barcelona en el “˜71. Allí­ ya existí­a una estructura de apoyo a las asambleas obreras autónomas. Nuestra llegada supuso el añadido del uso de las armas y el paso a la acción armada clandestina, es decir, la formación del MIL.

D.: ¿Qué actividades realizabais?

J.M.R.: Sobre todo expropiaciones de dinero en los bancos y de máquinas de imprenta junto con todo lo necesario para hacerlas funcionar. No se podí­a comprar nada de eso y nosotros nos encargábamos de proveer regularmente de todo ello a las estructuras clandestinas de obreros que lo necesitaban. Hoy es la era de la comunicación total, pero entonces para hacer un panfleto se necesitaba infinidad de cosas y montar toda una estructura. Los libros se imprimí­an en Toulouse y los pasábamos clandestinamente por la montaña.

D.: ¿Cómo surgen después los GARI?

J.M.R.: Tras la desaparición de los MIL y la detención de muchos de sus miembros, visto lo que habí­a pasado con Antich, nuestra intención era impedir las condenas a muerte de varios presos polí­ticos, entre los que se encontraban dos de los nuestros, Oriol Solé y Josep Lluis Pons Llobet. También se trataba de llamar la atención sobre la existencia de un Estado fascista en Europa y de la connivencia que se estaba fraguando con él. Y todo esto desde un punto de vista verdaderamente revolucionario y antiautoritario, sin compromisos como los que estaban empezando a llevar a cabo socialistas y comunistas. De nuestras actividades la más sonada fue el secuestro del director de la sucursal parisina del Banco de Bilbao en Parí­s en 1974. En julio de aquel año realizamos también una campaña muy intensa de ataques contra sí­mbolos representativos del Estado español. A finales del “˜74 nos detuvieron a muchos. Yo pasé dos años en prisión y luego decidieron aplicarnos el indulto del “˜77, proclamado por Juan Carlos.

D: ¿Tras estos años de prisión qué ha cambiado fuera y cómo te has adaptado a esta vida semi normal?

J.M.R.: Cambios no he visto muchos. Han desaparecido las pintadas y los carteles contestatarios, hay menos policí­as y más cámaras. Por otra parte yo nunca he conocido la vida normal, siempre he vivido en la ilegalidad o en prisión.

¿Traición o Transición?
D.: ¿Qué opinión te mereció la Transición?

J.M.R.: Desde mi punto de vista la suerte de España se jugó durante la Revolución de los Claveles. Por miedo a que se produjese una situación parecida en España, Estados Unidos y los gobiernos europeos decidieron preparar un plan de sucesión para España con ayuda de los dirigentes del Franquismo y de la clase polí­tica en la oposición. Durante el Franquismo la revolución aún era posible en España, pero en la Transición se asistió a toda una serie de traiciones que acabaron con esa posibilidad. Yo volví­ a España tras mi liberación. El dí­a que vi al PCE renunciar de la noche a la mañana a la bandera republicana y aceptar la del rey decidí­ alejarme de todo aquello, que me resultaba incomprensible. Ahora es difí­cil de comprender, pero para mí­ y todos los exiliados la bandera de España era la de la República, esta otra es la de un Estado fascista.

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