Un texto del Grupo Anarquista Cencellada de Valladolid donde se plantea una reflexión en torno al feminismo y el populismo punitivo
La violencia que vivimos cada día puede ser directa, pero lo es también simbólica y estructural. La violencia institucional y su cometido se hace evidente con casos recientes como el mediático caso de La Manada. A pesar de denunciar el sesgo androcéntrico, e incluso misógino, de muchas de las sentencias judiciales, el feminismo no pide más años de prisión como solución a nuestros problemas, como se deja entrever en la mayoría de los medios de comunicación, sino que intenta poner de manifiesto lo escandaloso que supone no considerar esos hechos una violación.
No queremos reproducir las dinámicas de las estructuras jerárquicas de dominación con las que nos someten, generadoras de tantas desigualdades, y por lo tanto no creemos que la vía judicial y penal sea la única alternativa para las mujeres. Es más, en el caso de las mujeres migradas, o con otro tipo de dificultades o situaciones, el acceso a la justicia puede suponer un problema en su situación administrativa.
La construcción de los problemas sociales en clave delictiva evita que se señale al Estado como responsable de las consecuencias de sus políticas y facilita su uso electoralista por la lucha contra la inseguridad. El populismo punitivo es una fórmula política y penal conservadora surgida del neoliberalismo y su aplauso proviene en gran parte de la distorsionada percepción social del funcionamiento del sistema carcelario y de su imaginaria relación con la seguridad en la calle, explotando las inseguridades de la colectividad. Un ejemplo de ello es la utilización, últimamente habitual, de asesinatos de menores a través de un discurso populista para la defensa de la prisión permanente revisable. En la estrategia de marketing hoy entran las violaciones a mujeres. Nos preocupa que se haga tanto hincapié en soluciones de castigo en vez de en propuestas educativas, así como la obsesión punitivista del feminismo institucional.
“Adoptar el encarcelamiento como estrategia es abstenernos de pensar en otras formas de responsabilización”, dice Angela Davis. La violencia machista, los problemas sociales, son problemas colectivos y como tal se han de abarcar. Eliminando la punta visible del iceberg en vez intervenir englobando toda la estructura que es el Patriarcado obviamos que existe todo un sistema social que mantiene y genera, e incluso se nutre, de esas violencias y da pie a dar por eliminado el problema. El heteropatriarcado funciona porque parece el estado natural de las cosas y señalando a ciertos individuos como “seres extraños” o “no-personas” nos exculpamos como sociedad ante cualquier responsabilidad colectiva y nubla la necesidad de revisión de cada persona socializada como hombre.
Son soluciones fáciles y rápidas ante fenómenos complejos, que despolitizan los hechos y eliminan del discurso el concepto de “opresión estructural”, aportando más bien nada a la transformación social en pro del control social. Mª Luisa Maqueda critica este discurso paternalista exponiendo que “La “colonización legal” nos priva del control de nuestras necesidades y de la autonomía de nuestras decisiones”.
Creemos en un feminismo para dejar de socializar como víctimas y poner en práctica el apoyo mutuo entre iguales y la autodefensa. Echamos en falta una estructura autoorganizativa que dé respuesta a la violencia recibida, pero a la vez y sin quererlo nosotras mismas generamos otro atropello: invertimos gran parte de nuestro tiempo en no morir. Lo que nosotras queremos es vivir.
Valladolid, junio de 2018
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