Publicado por DV & archivado en Historia, Relato.

ReyLa increí­ble historia del anarquista que consiguió regresar de la muerte para saldar una cuenta pendiente: matar al rey de España durante el discurso de Nochebuena. Primera parte de un relato que promete no dejar indiferentes a propios o extraños.

Ahora que finalmente el sosiego me permite redactar estas breves lí­neas la amargura se apodera de cada uno de los confines que conforman mi ser, o al menos, de lo que mientras este maltrecho espí­ritu estuvo con vida, fue mí­ ser.
Antes de que cruzase la frontera que separa estas regiones de ultratumba del mundo de los vivos respondí­a al nombre de Mateo. En el sumario judicial donde figura mi acta de defunción se añaden los apellidos Morral Roca. Mi cadáver fue expuesto en el ayuntamiento de Madrid para deleite propios y ajenos. Era lo que según las autoridades merecí­a después de arruinar la boda del siglo. Estas no dudaron en azuzar la ira del populacho, aunque a decir verdad mi cabeza hubiese sido mucho más valiosa si me hubiesen logrado coger vivo. Después del atentado mi nombre se difundió como la pólvora, veloz y sigiloso como la pólvora negra.

El Mateo

Mateo Morral Roca

Dicen que aquel Borbón era un rey con Baraka, lo cierto es que la bomba orsini que me habí­a traí­do conmigo desde Barcelona perdonó a la pareja de novios cobrándose la vida de espectadores y acompañantes varios. Aquel error me precipitó en una huida sin retorno, una fuga precipitada en la que solo me acompañaban el í­ntimo desgarro que contraje antes de emprender mi viaje y mi Browing marca Belga de la Fabrica Nacional.
Ahora el viaje estaba llegando a su final y mi Browing tení­a siete oportunidades. Aquel guarda murió sin saber que quien iba solo unos pasos por delante de él era el terrible anarquista del que hablaban los periódicos. Quizás lo sospechara, pero para él fue demasiado tarde. En el cargador de la Browing restaban seis oportunidades.
Herida de bala a la altura de la tetilla izquierda. Cuando se huye y la amenaza se acerca demasiado siempre hay que reservarse una medida de escape, un pequeño truco de prestidigitador, aunque este se presente en ocasiones definitivamente a quema ropa. Ya solo quedan cinco balas y la vida se me escapaba por la comisura de los labios.
Desde aquel entonces mi espí­ritu atormentado vaga por la geografí­a inconexa del paraí­so negro que nos está reservado a los ácratas después de la muerte. En este lugar sin tiempo ni espacio paso mis tardes infinitas conversando plácidamente con Jules Bonnot y Michelle Angiolillo . A nuestras sosegadas discusiones suele unirse el espí­ritu de Juan Garcí­a Oliver que no pierde ocasión para hacernos ver que se puede ser ministro de justicia y anarquista a la vez. En nuestros animados coloquí­os siempre usamos el esperanto por respeto al resto de camaradas, aún cuando los nihilistas rusos son bastante reacios a desprenderse de su lengua eslava. Ellos son de los pocos habitantes de estas innombrables regiones que logran entender la terrible pena que encadena mi espí­ritu. Ellos, feroces militantes de la Narodnaya Volia, que fallaron hasta en 5 ocasiones en sus atentados contra el zar, tienen sin embargo el consuelo de que finalmente enviaron al bueno de Alejandro II al pudridero junto con sus ilustres antepasados.
-A la sexta va la vencida- decí­an riendo a grandes carcajadas mientras entre espasmos mostraban sobre el cuello las horribles marcas que les produjo la soga del ahorcado.
Mi espí­ritu no conoce el consuelo y vaga atormentado en busca de la mejor manera de soportar la eternidad de este fracaso. Los muertos inocentes de aquel atentado me visitan puntualmente a final de cada mes para reprochar mi falta de punterí­a y de mi herida de la tetilla izquierda mana sangre como un estigma empeñado en recordarme aquel 31 de mayo de 1906.

Atentado contra el zar

Atentado contra el zar Alejandro II

Ignoro cual fue el motivo que impulsó a aquellos anarquistas de la ciudad que en la tierra responde al nombre de Burgos a conjurar mi nombre en el último solsticio de invierno. Ignoro igualmente que procedimiento emplearon para rescatar mi atormentado ser de aquellas regiones sin nombre. Mientras estuve con ellos jamás se lo pregunté aunque siempre he sospechado que nisiquiera ellos mismos lo habian logrado. Sea como fuere, aquella panda de jóvenes trasnochados habí­a conseguido devolverme por unos dí­as, a lo que los mortales llamáis vida, no muchos, pero los suficientes para poder resolver las cuentas pendientes que me llevé conmigo a ese lugar sin nombre que, si se me permite la comparación, bien pudiera ser el infierno si este, que de sobra conozco, no se pareciera tanto a la vida cotidiana en la tierra.

No tení­a mucho tiempo, la puerta que durante el solsticio de invierno se abre entre un mundo y otro se cerrarí­a en apenas unos dí­as, tení­an pues que actuar con suma celeridad si querí­a terminar lo que en a principios del siglo XX dejé a medias. Esa serí­a mi principal misión, pero al parecer, los pintorescos muchachos que me habí­an devuelto al mundo de los vivos tení­an otras intenciones.
-Se van a enterar hora ese atajo de represores de la Subdelegación, con usted al lado señor Mateo les vamos a dar candela de la lindo. Se va cagar la tiparraja esa cuando entremos al asalto…ya veo los titulares que esos mea-pilas publicaran en la hoja parroquial.
-¿Tenéis algún tipo de material para llevar a buen término lo que propones?-, le espete sin contemplaciones al que así­ se habí­a expresado. El chico, apenas un adolescente imberbe al que apodaban el Tin, agachó la mirada cabizbajo y con apenas un hilo de voz añadió- hombre, señor Mateo nosotros creí­amos que esas cuestiones las iba a resolver usted, que para eso le hemos traí­do de vuelta a la tierra, de todas formas en mi pueblo tengo un mosquetón de cuando mi tatarabuelo hizo la guerra contra los franceses.
-Pues bien empezamos, eso tiene que ser una antigualla hasta para mi, si fuese de la Guerra de Cuba pues incluso todaví­a…
Nos sumimos en un incómodo silencio en el que los muchachos se lanzaban miradas fugaces como preguntándose y ahora qué hacemos con este muerto (en mi caso, nunca mejor dicho). Habí­a llegado el momento de plantear la cuestión sin medias tintas y me decidí­ a preguntarles donde podrí­a encontrar a algún descendiente de Alfonso XIII.
Hasta ese momento no habí­a abierto la boca hasta pero el que recibí­a el sobrenombre de el Sopas se le iluminaron los ojos. Rápidamente, con una verbosidad de la que nunca le creí­ capaz, me puso al dí­a de como se encontraba la situación polí­tica de la España actual y dónde moraba el último representante de la saga de los borbones. España parecí­a haber cambiado muy poco, monarquí­a habí­a cuando partí­ al otro mundo y monarquí­a habí­a ahora que habí­a regresado de la muerte.
-Mire señor Mateo, si a usted le parece bien nos vamos esta misma tarde para Madrid y con su ayuda y con un poco de suerte volamos la Zarzuela entera antes de que al bisnieto de marras le de tiempo a echar el discurso de Nochebuena. Luego usted se coge la puerta y se va de vuelta a donde le hemos traí­do y a otra cosa mariposa.
El ardor combatiente de aquellos muchachos era algo envidiable, conmigo en sus filas se sentí­a capaces de todo, incluso de un gesto poético digno de los mejores años de “la propaganda por los hechos” que sin duda alguna les ocasionarí­a terribles consecuencias.
Esta vez sin embargo lo harí­amos a mi manera. No más bombas orsini, no más artefactos que escapan a la pericia del ser humano y causan caprichosas carnicerí­as entre peones del tablero. Esta vez para dar el jaque al rey lo harí­a a bocajarro, de la misma manera que dejé el mundo de los vivos al que ahora habí­a regresado para llevar a cabo mi última oportunidad.

2 Comentarios para “La última oportunidad del Mateo”

  1. Roberto

    Muy bueno el relato, buena narración con dosis de humor.
    Estoy esperando ya el desenlace!!

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