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El 19 de octubre de 1940 Henrich Himmler, jefe supremo de las Waffen S.S y mano derecha del Fí¼hrer, visitará España para trazar los preparativos de la entrevista que entablarán poco después Franco y el propio Hitler en Hendaya. En su abultado itinerario figura visitar la emblemática Capital de la Cruzada donde los burgaleses le reciben con muestras de más que enconado entusiamo. El propio alcalde de la ciudad les ha pedido a través de un bando oficial que abarroten las calles para recibir al número dos del régimen nazi. En Madrid le esperará otro burgalés, el arqueólogo Julio Martí­nez Santa Olalla, que comparte con el Reichsfí¼hrer sus obsesiones esotéricas.

Himmler llega a Burgos

El Castellano 19/10/1940. Fuente Archivo Municipal de Burgos

Un artí­culo donde Modesto Agustí­ desgrana las claves del paso de Himmler por Burgos y otras ciudades de la España franquista en la tercera parte de la saga La sombra del III Reich sobre Burgos.

El cielo plomizo de octubre encapota el horizonte de Burgos como un augurio de mal presagio que no tarda en materializarse. Llueve sin descanso sobre el Espolón donde una multitud alineada en dos grandes filas abre sus paraguas para resguardarse de la lluvia.  El clima de la meseta no perdona ni a propios ni a extraños y nada entiende de  grandes acontecimientos.  A pesar del insistente mal tiempo, se respira una ambiente casi festivo, un ambiente de euforia guerrera que recuerda los tiempos recién pasados en los que la tranquila ciudad castellana exhibí­a con orgullo los oropeles de ser la emblemática Capital de la Cruzada.

Las calles han sido engalanadas para la ocasión y multitud de esvásticas se disponen a lo largo del paseo donde el gentí­o espera con paciencia una visita que ha sido ampliamente anunciada. Una visita que ni la lluvia ni las horas de retraso que ya se acumulan van a ensombrecer. Y no es para menos, dí­as antes el propio alcalde, señor Florentino Martí­nez Mata, ha emitido un bando oficial en el que solicita a los burgaleses que acudan en masa a recibir a un personaje que encarna la ayuda material y moral que la Alemania del III Reich prestó en la reciente cruzada salvadora y que además ha manifestado su deseo de conocer la antigua Capital de la España Nacional.

Los burgaleses no le defraudan, sobre todo las altas jerarquí­as de Falange, que olvidando las querellas internas en las que últimamente se hayan sumidas, acuden dispuestos con sus mejores uniformes de gala. La ocasión lo merece. No todos los dí­as Burgos tiene el honor de recibir al Reichsfí¼hrer Henrich Himmler, jefe supremo de todas las policí­as alemanas y estrecho colaborador del mismí­simo Adolf Hitler.

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Fuente Archivo Municipal de Burgos

El flamante automóvil negro avanza sigiloso a través del Espolón encabezando una comitiva que es recibida por el abrumador estruendo de la multitud. Es sábado y el comercio ha cerrado sus puertas para recibir a su ilustre ocupante. En el interior del vehí­culo Henrich Himmler, artí­fice de la Solución Final y del horror de los campos de concentración que se diseminan ya por media Europa, recorre tranquilo las calles de Burgos. Casi todo el continente se haya rendido ante el empuje bélico del III Reich y en ese preciso instante los Junkers de la Luftwaffe arrojan toneladas de bombas sobre Inglaterra como años antes ya lo hicieran  en Gernika.

Himmler sonrí­e satisfecho, nunca le han gustado los habitantes del sur a los que considera por naturaleza racial inferiores, pero en su viaje a España alberga grandes esperanzas. Hitler le ha ordenado trazar los preparativos de la entrevista que pocos dí­as después entablará con el propio Franco en Hendaya. La Pení­nsula es un lugar estratégico y, aunque España no participará directamente en la guerra que ya se está librando, es el enclave idóneo donde establecer la red de espionaje que neutralice la acción de los aliados. Para ello será fundamental estrechar los lazos entre la Gestapo y el servicio de espionaje alemán y las autoridades españolas que están deseosas de devolver el favor que la Alemania nazi les ha prestado en su propia guerra. Amén de los acuerdos económicos para continuar con los enví­os de wolframio, el preciado material que se convertirá en el oro negro nazi y que desde las costas gallegas parte a toneladas para alimentar los engranajes de la maquinarí­a bélica alemana que pronto encontrará la horma de su zapato en el frente oriental ruso.

De momento Hitler y Stalí­n se observan agazapados en la distancia respetando el pacto Ribbentrop-Mólotov por el que años antes se han repartido Polonia. Pero la Alemania nazi no tardará en invadir la URSS, tarea en la que incluso participará una división de voluntarios españoles, la conocida División Azul, desatando algunas de las batallas más cruentas que ha conocido jamás la Historia de la humanidad.

Pero nada de esto turba por el momento el ánimo del flamante Reichsfí¼hrer, está en el momento álgido de su carrera militar y este viaje le puede servir además para encontrar algunas de las claves esotéricas que desde hace tiempo la Das Ahnenerbe, la “Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana”, que él mismo dirige, busca incesantemente y que pudieran estar ocultas entre las montañas de Montserrat, no lejos de Barcelona.  La enigmática montaña catalana forma también parte del itinerario final de su viaje y su sombra proyecta en su mente la idea de que hacerse con el Santo Grial convertirí­a al III Reich en un imperio capaz de perpetuarse en la eternidad.

Pero su periplo por España acaba prácticamente de comenzar, ya habrá tiempo para todo eso y mucho más.  Su coche, en el que le acompañan el general López Pinto, además de su amigo personal el general Karl Wolff, enfila ya Espolón a la derecha hasta llegar a la plaza del Duque de la Victoria (actual plaza del Rey San Fernando) que está abarrotada. Himmler hincha el pecho y a pesar del aguacero levanta su cabeza hacia el cielo para contemplar la catedral gótica que lo deja ensimismado. Piensa el Reichsfí¼hrer que si no fuera por esos pináculos que le han puesto bien podrí­a decirse que es la de Notre Dame en Parí­s. Parí­s, la ciudad del Sena, la joya preciada de Hitler, la ciudad de la Torre Eiffel donde hace tiempo que ondea la esvástica. Pero él ahora está en Burgos y el clamor del gentí­o lo saca de sus pensamientos.

Caluroso recibimiento

Diario de Burgos 18/10/1940. Fuente Archivo Municipal de Burgos

En las escaleras de la Puerta del Sarmental le esperan el Ayuntamiento y la Diputación en pleno y hasta el propio obispo viste sus mejores galas para recibirle. Son las 17.30 de la tarde y llevan más de dos horas esperando bajo la lluvia con el ánimo inquebrantable. El jefe de las S.S desciende del automóvil y suenan las primeras estrofas del himno de Alemania mientras la comitiva de bienvenida saluda brazo en alto en un gesto que repite al uní­sono la multitud embravecida.  Serí­a una curiosa instantánea, pero el fotógrafo del Diario de Burgos no está dispuesto a poner en peligro su cámara en medio del intenso chaparrón. Tampoco lo hace el reportero de El Castellano, ambos contentarán sus respectivos jefes con una crónica detallada de tan histórica visita que se queda sin reportaje gráfico.

Retumban los aplausos en la plaza mientras Himmler asciende por las escalinatas del Sarmental. El jerarca nazi aprovecha la confusión para acercarse con discreción a la oreja de su amigo Karl Wolff haciéndole partí­cipe de sus temores –Espero que no nos hagan oí­r misa, con estos españoles ya se sabe-.

Recibe los saludos entusiastas del alcalde y de todas las autoridades locales y el Cabildo Metropolitano les acompaña en un una visita guiada a través de los claustros de la catedral en la que está también presente el embajador de Alemania. Pero a Himmler no le interesa tanto la arquitectura ni los retablos que le enseñan como el sepulcro del Cid. No duda en pedir que se lo muestren, quiere contemplar con sus propios ojos el lugar donde descansan los restos de Rodrigo Dí­az de Vivar, aquel caballero castellano que encarna los valores de los ancestrales teutones de los que los nazis se consideran herederos.

Después de recorrer la catedral la comitiva regresa a la plaza del Duque de la Victoria que continúa abarrotada. De nuevo los ví­tores y las muestras de entusiasmo. El tiempo es limitado y Himmler deja plantada a la abadesa de la Huelgas dirigiéndose directamente en automóvil hacia la Cartuja. Nadie se lo ha explicado, pero en sus inmediaciones se acumulan varias fosas donde se amontonan los cuerpos de los que sus anfitriones llaman rojos. A él estas cosas no le impresionan, años más tarde en el campo de Mathausen no tendrá reparos en limpiarse tranquilamente el abrigo de las salpicaduras de la masa encefálica que le salpica un prisionero recién ejecutado. Allí­ también le acompañará su buen amigo Wolff, general de las Waffen S.S, aún cuando tiempo después en Nuremberg declare no saber nada de los campos.

La cena, servida por el propio Hotel Condestable, les espera en el Palacio de la Isla. El lugar no se elige al azar, que mejor escenario para el ágape que el que fuera Cuartel General del Generalí­simo en Burgos. El dignatario de origen bávaro tiene ocasión de contemplar en el despacho personal del Caudillo un plano de operaciones donde se muestran las últimas fases de la guerra. Nada cuentan las crónica de aquella visita, pero de camino al Palacio de la Isla Himmler pudo tener ocasión de contemplar el monumento a los soldados alemanes de la Legión Condor muertos en un accidente aéreo en la Sierra de la Demanda que podí­a verse en el actual paseo del Empecinado hasta 1985.

La cena presidida por los emblemas de la cruz gamada y el yugo y las flechas confeccionados con flores no se hace esperar. Entre los comensales  destaca una figura que desde el principio  ha impresionado a Himmler. El jefe de las S.S arde en deseos de conocer personalmente a ese joven del que tanto le han hablado en Berlí­n. Apenas supera la treintena, y lleva ya algún tiempo en España,  pero en el  Reichstag muchos son los que alaban la lealtad y la eficacia de Paul Winzer, agregado de policí­a en la embajada alemana, miembro de las S.S y agente de la Gestapo, que se sienta al lado del Reichfí¼hrer.

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Palacio de la Isla. Cuartel General de Franco en Burgos durante la Guerra Civil Española

Winzer es el prototipo de hombre nazi, elegante y disciplinado.  Con tan solo 28 años fue enviado a España en la primavera de 1936 para observar la evolución del gobierno del Frente Popular y enviar informes a Berlí­n. Sabe a la perfección cómo hacer su trabajo y es particularmente temido por la colonia alemana. No tardará en convertirse en el hombre clave de la red de espionaje nazi en España durante la II Guerra Mundial. Pero de momento le aguarda otra misión, dirigir el campo de concentración de Miranda de Ebro donde han sido recluidos prisioneros internacionales cuyos interrogatorios serán dirigidos por el agente de la Gestapo.

No existe documentación al respecto, pero todo parece indicar que el propio Winzer fuese quien se encargara de realizar los interrogatorios que la Gestapo sometió a los prisioneros de las Brigadas Internacionales internados en el campo de concentración de San Pedro Cardeña. Fue con toda probabilidad la cabeza de la temible policí­a nazi en Burgos durante la guerra civil y será uno de los nombres que los aliados reclamarán con especial insistencia al gobierno de Franco una vez que termine el conflicto bélico.

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Monasterio de San Pedro Cardeña, campo de concentración desde 1936 hasta 1940

En 1945 se fugará junto con su mujer en un avión que es sin embargo interceptado por los aliados no lejos de la frontera con Francia. Su rastro desaparece y comienza a fraguarse la leyenda. Hay quien afirma que morirá de un disparo en el sur de Francia pero otras versiones más inquietantes apuntan a que habrí­a logrado refugiarse como tantos otros nazis en España donde podrí­a haber vivido hasta 2003.

La sobremesa se alarga, -cómo les gusta  parlotear a estos españoles, usted los conoce bien, querido amigo Winzer. Tengo depositadas en usted muchas esperanzas. No me falle, camarada-

Sobre las 11 de la noche y el dignatario germano y su séquito parten en automóvil hacia la estación del Norte, ha sido un dí­a duro y les espera un largo viaje hasta Madrid. Hacia las dos de la madrugada el tren se detiene en Valladolid donde el gobernador civil se queda con ganas de saludar al Reichsfí¼hrer pues nadie se atreve a interrumpirle el sueño. El tren continúa su tortuoso periplo por la meseta castellana exhalando un humo negro que parece surgido de las mismas entrañas del infierno o del alma de sus ocupantes.

A primeras horas de la mañana del 20 de octubre el tren que transporta al hombres que desde hace décadas se ha convertido en la sombra del Fí¼hrer hace su entrada en la madrileña estación del Norte. En los andenes le espera una nueva comitiva encabezada por Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Extranjeros del gobierno de Franco. El cuñadí­simo no ha escatimado en gastos y ha ordenado colocar miles de banderas con la cruz gamada por las calles de Madrid devolviendo así­ las atenciones que el propio Himmler le dispensó en su reciente viaje a Berlí­n el pasado mes de septiembre. Esa misma mañana se entrevistará con Franco en el palacio del Pardo y por la tarde acuden a una corrida de toros en las ventas. Pero no es el único que lo espera en Madrid.

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Francisco Franco junto con Ramón Serrano Suñer, de unifome falangista, y Henrich Himmler junto a Karl Wolff

El joven arqueólogo burgalés Julio Martí­nez Santa Olalla causa desde el principio una buena impresión en el jefe de las S.S. Su trayectoria universitaria, ha sido discí­pulo de eminentes paleontólogos como Hugo Obermaier, y su conocimiento del alemán, impresionan a Himmler. Ambos intiman desde el primer momento.

-Veo con agrado que domina usted el alemán, ¿Dónde lo ha aprendido?- Pregunta complacido Himmler.
-Trabajé durante varios años en la Universidad de Bon, mi Reichsfí¼hrer, allí­ puede empaparme de todo lo esencial de la cultura germana. Es un honor poder recibirle-

Santa Olalla actuará como cicerone para Himmler en Madrid. Juntos visitarán el Escorial, el Museo del Prado y el Museo Arqueológico Nacional donde el arqueólogo burgalés expone al jerarca nazi sus teorí­as acerca de la indoeuropeización de España. Según Santa Olalla el aporte de los pueblos celtas, y más tarde de los visigodos de origen germano, habrí­a contribuido a la arianización de los españoles.

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Himmler escucha atento las explicaciones de Julio Martí­nez Santa Olalla, de perfil en la imagen, sobre la Dama de Elche en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid

El arqueólogo burgalés, camisa vieja de primera hornada, dirige la Comisarí­a General de Excavaciones y sueña con crear una institución equivalente a la Das Ahnnenerbe en España.  Trabaja incesantemente en la necrópolis visigoda de Castiltierra, no lejos de Segovia. Pero sus devaneos con la causa nazi le llevarán mucho más lejos, hasta las islas Canarias, donde las leyendas hablaban de la existencia de unos aborí­genes altos y rubios que podrí­an ser descendientes los primigenios habitantes de la Atlántida de donde procederí­a la raza aria según las delirantes teorí­as que con las que Himmler y otros nazis pretendí­an crear un corpus de creencias que sirviesen a la causa nacional-socialista.

Pero la relación entre Himmler y Santa Olalla se hará tan estrecha que el arqueólogo burgalés no tardará en recibir una invitación personal del propio Reichsfí¼hrer para estudiar las lí­neas de colaboración de la Herencia Ancestral Alemana con  la Comisarí­a General de Excavaciones de Falange. Durante su estancia en Alemania, siguiendo los pasos que habí­an ya recorrido los entrañables Gigantillos de Burgos, Santa Olalla llevará consigo los ajuares encontrados en la necrópolis visigoda y pronunciará varias conferí­as, algunas de tan sonado tí­tulo como: “Indoeuropeización de España en el primer milenario pre-cristiano”. En aquella conferencia no perderá ocasión en manifestar su entusiasmo por la colaboración que la División Azul estaba prestando a las fuerza alemanas que ya invadí­an de la Unión Soviética participando en “la ingente lucha contra el comunismo internacional, cuya primera batalla ganóse en España y cuya segunda batalla se riñe y gana en los campos de Rusia, ocupando los falangistas puesto de honor en la División Azul”.

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Julio Marí­nez Santa Olalla incluinado junto a Himmler

El punto culmine de su carrera llegará con la condecoración de la Encomienda con la Placa de la Orden Imperial del íguila Alemana y hasta el propio Franco alabará su gestión al frente de la Comisarí­a General de Excavaciones, cuyas actividades se desarrollarán en buena parte de la pení­nsula, llegando incluso hasta Guinea y el Sáhara español.

Pero a medida que el avance de la guerra demuestra cada vez más a las claras que la Alemania nazi será derrotada, la suerte del arqueólogo burgalés comienza a serle cada vez más esquiva. Sin embargo, Santa Olalla continuará fiel a sus convicciones sin importarle los devaneos del signo de la guerra. Su caí­da y posterior aislamiento coincidieron con la pérdida de influencia de Falange en el gobierno de Franco una vez que los vencedores del conflicto internacional comenzaron a exigir cuentas, si acaso tí­midamente, al Caudillo.  No obstante, Santa Olalla dirigirá la Comisarí­a General de Excavaciones hasta 1958. Morirá en Madrid en 1972 prácticamente ignorado por toda la comunidad cientí­fica.

Pero aún es pronto para todo esto, en octubre de 1940 la buena estrella de Santa Olalla continúa intacta y justo al dí­a siguiente de recibir en Madrid al número dos del régimen nazi guiará sus pasos hasta el Alcazar de Toledo donde el general Moscardó le expondrá los pormenores de la batalla que se desarrolla entre sus muros durante el primer verano de la guerra civil.  En las calles de Toledo, ciudad que en su pasado medieval habí­a albergado a una prospera comunidad judí­a, buscará Himmler la enigmática Arca de la Alianza donde el lí­der germano sospecha que se haya escondida.  Los nazis, obsesionado con encontrar el arca en Toledo, enviarán a un cabalista judí­o al que sacarán directamente del campo de Auschwitz. Los gurús del esoterismo nazi creerán haber  encontrado alguna pista del mí­tico arca ya que tiempo después el almirante Canarí­s, jefe del espionaje alemán en España durante buena parte de la II Guerra Mundial, realizará diversas pesquisas en pos de su rastro.

Himmler en el Alcazar de ToledoHimmler en el Alcazar de Toledo tras los pasos del Arca de la Alianza

No hay otra ciudad que reciba más calurosamente a Himmler que Barcelona donde multitud de personas lo aclamarán en la plaza de San Jaume. El 23 de octubre el lí­der de las S.S lleva a cabo su esperada excursión a Montserrat donde la Herencia Ancestral Alemana albergaba esperanzas de encontrar el Santo Grial, el mí­tico cáliz con el que según la tradición cristiana Jesús de Nararet profirió su última cena y con el que se recogió su sangre una vez que fue crucificado.  Otto Rahn, uno de los ideólogos del esoterismo nazi, lo buscó entre las ruinas de Montsegur, donde según la leyenda lo habrí­an ocultado los cátaros.  Himmler quiso visitar los pasadizos subterráneo de la misteriosa montaña de Montserrat y así­ se lo hizo saber al monje Ripoll que rechazó de pleno la propuesta. –¡Todo el mundo en Alemania sabe que el Grial está en Montserrat!-exclamó el jefe de las S.S. enojado.

Himmler en Montserrat

Himmler en Montserrat saluda al monje Ripoll que hablaba perfecto alemán

Su enfado no es para menos, el dí­a antes le habí­an robado en el hotel Richz de Barcelona su famosa cartera con sus papeles personales en lo que se cree que pudo ser una operación del servicio secreto británico, aún cuando en el momento se especulase también con un complot anarquista.  El escándalo fue sonado, aunque dadas las caracterí­sticas de mimetismo del régimen, la noticia no trascendió en la prensa. La policí­a de Barcelona movilizó intensamente a todos sus efectivos en su búsqueda pero lo cierto es que la dichosa cartera jamás apareció. ¿Qué es lo que custodiaba Himmler en ella? ¿Quizás los planos subterráneos de Montserrat?

La Historia nos ha privado de la respuesta. Lo que querí­a hacer el Reichsfí¼hrer en Montserrat y lo que realmente hizo forman parte ya de la más fantástica leyenda.  A través de su diario personal podemos saber sin embargo la impresión que se llevó a Alemania de su visita a nuestras tierras:

“Los españoles son gente ruidosa y entusiasta. Son muy aficionados a los desfiles, a los discursos, al vino y a las mujeres. Incondicionales de Alemania, eso sí­. No me explico cómo tienen una agricultura tan atrasada con lo que llueve. Yo llevaba las escopetas en el equipaje, por si podí­a irme un dí­a de monterí­a, a cazar antí­lopes, pero ha sido imposible. ¡Todo el dí­a diluviando! Sólo he visto iglesias, monasterios y curas. “

Modesto Agustí­

Referencias bibliográficas y documentales
RODRIGUEZ, J., GRANDIO, E.  War Zone. La Segunda Guerra Mundial en el noroeste de la Pení­nsula Ibérica. Eneida, 2012.
ORTEGA BARRIUSO, F. La ciudad de Burgos durante el régimen de Franco. IMC Burgos, 2005.
Pí‰REZ BARREDO, R. Borrón de tinta. Reportajes que rescatan del olvido personajes, episodios y anécdotas de la historia burgalesa. Editorial Gran Ví­a. Burgos, 2011.
IRUJO, J.M. La lista negra. Los espí­as nazis protegidos por Franco y por la Iglesia. Aguilar, 2003.
Pí‰REZ BARREDO, R. (13/4/2008) El arqueólogo de los nazis en Diario de Burgos
Pí‰REZ BARREDO, R. (11/01/2009) Himmler el verdugo mitómano en Diario de Burgos.
Diario de Guerra. Henrich Himmler visita España
Julio Marí­nez Santa Olalla. Las raí­ces arias de España

3 Comentarios para “La visita de Himmler a Burgos”

  1. Anónimo

    muy bueno, gracias

    ¿no sabra si hay fotos del hotel Condestable, de la cena con Himmler o de alguna otra cosa?

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