La semana pasada, Felipe de Borbón, hecho rey de España a toda prisa tras la abdicación de su padre, se paseó por Burgos para visitar la nueva factoría de Campofrío y entregar algunos premios. Dicen que dijo, o quizás le dijeron que dijese, eso nunca se sabe, que “no pasa nada en Burgos hasta que lo cuenta Diario de Burgos”. Quizás al monarca se le olvidó, o no se lo recordaron, que desde hace ya casi una década existen medios que tratan de narrar la otra realidad de Burgos que, aunque no se cuente desde el Grupo Promecal, también existe.
El postulado de que nada existe en Burgos sino lo cuenta DB es tan antiguo como ilusorio, producto defectuoso de un tipo de periodismo cortesano y adulador. Al final, el diario, que no es de Burgos, sino de Antonio Miguel Méndez Pozo, quisiera eliminar de la faz de la tierra todo aquello que desagrada a su editor-propietario y a las élites dominantes. Al rey se le olvidó, o quizás no se lo recordaron, que hace casi tres años en Gamonal se vivió una revuelta social que, no sólo existió a pesar del discurso DB, sino que tomo el edificio, que el mismo rey inauguró en su época de príncipe, como símbolo más visible de las protestas.
Significativo y esclarecedor es, por cierto, que uno de los principales actos de la estancia de Felipe VI en Burgos fuese su visita a Antonio Miguel Méndez Pozo. Un rey debe acordarse siempre de sus más fieles banderizos, aunque en su pasado haya episodios de corrupción urbanística. La visita del rey sirvió para recordarnos a todos una cosa: quien ostenta el poder fáctico en Burgos es un señor feudal, lo cuente o no en su periódico.
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