Al inicio años treinta el antiguo penal de Burgos “representaba el ultimo peldaño de la escalera hacia los infiernos”. A principios del mes de abril de 1931 será transferido a la prisión burgalesa el anarquista catalán Juan García Oliver. Con su presencia los acontecimientos tomaran un rumbo diferente. Un nuevo relato donde continúa la crónica del levantamiento de los presos de la antigua cárcel de Burgos en las vísperas de la proclamación de la II República.
Como de costumbre en aquel abril de 1931 la primavera todavía no había hecho acto de presencia en Burgos. Cuando por la mañana formábamos en el patio del penal el frío helador parecía empecinado en recordarnos que en las latitudes burgalesas las estaciones se rigen siguiendo su peculiar albedrío.
A principios de ese mismo mes por el patio apareció un preso que por su trayectoria y tipo de delito que se le imputaba había despertado mucho interés en la dirección del penal. Tal circunstancia consiguió que su nombre corriera de boca en boca entre los reclusos del penal.
Se trataba del anarquista catalán Juan García Oliver quien al parecer había sido detenido al ser acusado de preparar un atentando contra el rey Alfonso XIII en Paris. Un atentado en el que también iban a participar Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti, que al igual que García Oliver formaban parte del mítico grupo “Los Solidarios”, entre cuyas andanzas se encontraba una intensa campaña de atracos a bancos en Suramérica y el asesinato del Cardenal Soldevilla de Zaragoza.
Al parecer el chofer que pensaban usar en el atentado, que era le mismo que usaba el independentista catalán Francesc Maciá (1) (según él mismo me reconoció) dio sus nombres a la policía. El atentado fue abortado en el último momento pero a los pocos días de la visita del rey el rostro de Ascaso, Durruti y García Oliver apareció estampado en los principales periódicos franceses: Voila les dangeroses anarchistes espagnoles que voulen asesiné le roi Alfonso XIII.
Durruti y Ascaso fueron expulsados a Bélgica donde se les permitió la residencia. Sin embargo García Oliver fue detenido cerca de la frontera con Francia y ahora se encontraba frente a mí, bajo el frío helador de la cárcel de Burgos. De la misma manera que me había ocurrido a mí, no era la primera vez que aquel hombre se encontraba en prisión (2), su anterior condena se remontaba al periodo de la dictadura de Primo de Rivera cuando fue detenido en Barcelona tras un tiroteo contra pistoleros de la patronal del denominado Sindicato Libre.
La cárcel de Burgos no estaba destinada a presos políticos ni sociales. García Oliver había sido uno de los propulsores de la denominada FAI, si ahora era confinado en Burgos se debía a que el Ministro de la Gobernación, general Martínez Anido, albergaba la esperanza de que quizás en esta inmunda prisión lograsen matarle a palos, como ya les había ocurrido a otros presos comunitas y separatistas catalanes.
Por aquella época ya no sabía que era aquello del anarquismo. Conocía de vista a algunos anarquistas de Burgos como Nicolás Neira o a aquel viejo que apodaban el Zapaterín y que solía usar su negocio de venta y reparación de calzado como lugar donde impartía de forma clandestina conferencias entre los obreros. Eran personas de una incuestionable entereza moral, todo lo contrario del borracho y pendenciero que yo era por aquel entonces. Con toda su valentía, aquellos hombres me parecían unos chalaos que se jugaban la vida por vanos ideales que no llegaba a comprender. El encentro con Juan García cambió mi forma de comprender el mundo, pero sobre todo cambió mi forma de comprender a los hombres.
La estancia en celdas del recién llegado no fue larga. Su condena era corta y ocurrió algo que contribuyó a que su estancia en el penal se fuese paradójicamente suavizada. Martínez Anido pretendía crear un permanente estado de alarma en torno al nuevo recluso pensando que la dirección del penal, dada su siniestra fama, para no estar siempre pendiente del molesto inquilino, optaría por “acortar” su condenada con la muerte a garrotazos.
El expediente de Juan García Oliver fue leído con atención por Don Juan “El Gallego”, junto con el ordinario proveniente del tribunal había llegado también otro proceniente del Ministerio de Gobernación donde se daba cuenta de las particularidades del detenido. “El Gallego”, feroz jefe de servicios del penal, calculó que la peligrosidad de García Oliver estaba en lo que pudiesen hacer en el exterior “Los Solidarios”, de cuyas andanzas se ocupaban los periódicos. Temeroso de lo que por aquel entonces los presos denominaban como la venganza catalana decidió lavarse las manos y pasar los expedientes al director para que la Junta Disciplinaria decidiese que hacer. Según contaba el escribiente de Ayudantía esta tomó la decisión de que se vigilara estrechamente al conflictivo preso y que, a ser posible, no se le agrediese, haciendo su estancia en la sección de celdas fuese lo más breve posible.
La fama que Juan García Oliver traía consigo había hecho que rápidamente pasase a la vida común del patio donde las horas que no trabajaba en el taller de alpargatas se las pasaba leyendo en la biblioteca. Pronto logró colocarse como ayudante del maestro, un hombre, todo hay que decirlo, que tenía mas de cómico que de enseñante.
-No hijos míos. Os tengo dicho que eso no lo hagáis en mi presencia- repetía mientas abrazaba a un preso recien apaleado tratandole de consolar. Miestras por detrás de su espalda hacía señas con la mano a los cabos para que golpeasen más fuerte.
Desde un primer momento García Oliver había sabido tejer una red social en la que nos encontrábamos algunos presos y los cabos de vara menos brutales. Entre nosotros nos pasábamos la información que provenía del exterior y tratábamos de que aquel ambiente carcelario no nos embruteciera demasiado.
El 13 de abril de 1931 el patio del penal de Burgos amaneció inevitablemente frío. Después del rompan filas cada cual se sumergió en la rutina cotidiana de todos los días: paseos hasta la hora del café, siempre los mismos pasos en el mismo lugar, asearse un poco en el caño de una pileta unto a unas columnas que apestaban. Apostados a lo largo de una pasarela los guardias nos contemplaban soplando sobre su dedos ateridos.
Aquella mañana se acerco a nuestro grupo el Carvajal, asturiano locuaz y dicharachero, con una cicatriz en la cara que le iba de oreja a oreja y de la que no hablaba nunca.
-Paisanos, ¿sabéis que se ha armado la gorda en Madrid? También en tu Barcelona, paisanín. –Dijo mientras señalaba sonriente a García Oliver
Pareció meditar unos segundos antes de hablar.
– ¿Qué chismes son esos, asturiano?
– Me lo contaron los soldados de guardia, uno de ellos es paisano mío y, según me ha dicho, fue sindicalista en las minas antes de que lo llamarán a filas. ¿Vamos para allá?
-Si, vamos enseguida a ver de qué podemos enterarnos.
Nos acercamos los tres a la pileta, Carnaval mientras se lavaba y sin mirar hacía arriba llamó al soldado:
-Paisano, este es un sindicalista de Barcelona, es uno de los jefes. Este otro es un compadre de Burgos, es de confianza. ¿Quieres repetirles las noticias?
– Yo también soy sindicalista allá por las minas de Languero. Se dice que han proclamado la Republica en Madrid, luego en Barcelona y después en otras partes de España.
-¿Y aquí en Burgos?
-Aquí todavía no, pero hay mucha inquietud en los cuarteles.
Nos miramos fijamente sabiendo que ente nosotros se abría la posibilidad de intentar un golpe de mano que lograra sacarnos de aquel penal. Juan fue el primero en romper el silencio.
– ¿Tú Carvajal qué opinas?
– ¿Yo? Lo que tú digas paisano. En aquella pelea del chigre di muerte a ese fulano que me dejó marcada la cara. El Macario está en la misma situación, tenemos para muchos años, ¿quién sabe?…a lo mejor todo salta y podemos largarnos.
El asturiano tenía razón, en nuestras condiciones aquella era una oportunidad que no podíamos dejar pasar.
– Es una situación muy particular, si triunfase la República amnistía para los político sociales y un amplio indulto para los comunes. Quizás podrían quitaros de una tercera a la mitad de la de la condena. Nunca he confiado en políticos burgueses, y no creo que en que esta república puedan ofrecernos nada nuevo, pero para salir de aquí tiene que triunfar la República…
– No lo pensemos más, paisano. Démosle desde aquí un empujoncito a la República a ver que sale.
– Hemos de probarlo, pero si llega el caso lo haremos a mi manera. Sin derramamiento de sangre. ¿De acuerdo?
– Por donde empezamos- conteste de inmediato.
-Tú Macario avisa a los equipos de cada brigada. Carvajal hablará con los cabos de vara menos sanguinarios. Tenemos que formar y aceptar el chusco pero plante de comida. Que nadie se mueva de la formación y que todos se callen. Cuando el oficial les pregunte hay que contestar que solamente hablamos por boca de García Oliver.
Descartamos la lucha violenta, entre la población del penal nadie poseía armas y bastaba para que faltase una sola de las herramientas del taller para que todos los presos fueran metódicamente cacheados. Pero conociendo la rutina de la prisión, consideraba posible la realización de un plante sin derramamiento de sangre y con éxito. Dependería de los factores imponderables de todo movimiento multitudinario.
Concia perfectamente le prisión. Sabía cuales eran los enemigos reales y los potenciales. Contábamos con gente seria en la que poder confiar, como el propio Carvajal. Recientemente habían sido trasferidos al penal dos cabos de vara considerados incorregibles, el “Maceo” y el Iglesias habían hecho amistad con García Oliver. Para vencer sus reticencias se les prometió que si lográbamos amotinarnos no se tocaría ni a los cabos ni a los oficiales.
Aquel hombre tenía la capacidad de ilusionar con sus palabras, sin apenas darme cuenta estaba inmerso en la preparación de una insurrección en el penal de Burgos, dadas las circunstancias políticas de entonces aquello podría significar nuestra pronta liberación, pero si fracasábamos la situación empeoraría drásticamente. Sentí vértigo, ya no había marcha atrás.
Notas al segundo capítulo:
(1) El chofer que iba ser usado por el grupo “Los Solidarios” era un colaborador de la policía francesa que también denunció a Frances Macia cuando se disponía a cruzar la frontera para realizar una insurrección en Cataluña durante la dictadura de Primo de Rivera.
(2) Aquella era la segunda vez que Juan García Oliver se encontraba en el penal de Burgos. La descripción que se hace de la prisión burgalesa es la que hace el propio anarquista catalán en su libro autobiográfico “El Eco de los Pasos”. Si me permitido la licencia de ponerla en boca de otro personaje es porque considero que esta solución confiere un mayor dinamismo literario al relato.
yo
interesante.esperando la 3 parte
es una mierda
me parece genia………. es una mierda