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No han sido pocas las veces que hemos señalado el peligro que conlleva, en una ciudad como Barcelona, la maniobra polí­tica de maquillar el conflicto social en pos de un ciudadanismo amable, como si el proyecto de ciudad del “Ajuntament” canalizase la totalidad de la sociedad,…

…sin espacio alguno para los que no se benefician del mismo o para las voces que insisten en ser crí­ticas con aquello que algunos vivimos como un continuismo donde el modelo de ciudad privativa se perpetúa.

Frente a la expectación y la capacidad de fagocitar cualquier otro debate que ha generado el referéndum del próximo 1-O, alzamos la voz para referirnos a una situación similar. Parece como si, de golpe, el conjunto de la sociedad se abocara a un acto de fe y al idilio fácil y seductor de creer que Cataluña es una y que España es una, y que hay una clase polí­tica en Cataluña independentista como bloque de los que tienen razón frente al bloque de polí­ticos corruptos y represores de una España caduca. O que se trata de una España franquista que agoniza y suspende democracias contra los demócratas.

Ciertamente, ¿quién podrí­a defender esta España? No seremos nosotros. No hací­a falta ni siquiera presenciar el triste espectáculo de la guardia civil, las suspensiones de la autonomí­a o las declaraciones y las acciones de corte guerracivilista. Sí­, el régimen de la Transición cada vez pende más de un hilo; habiendo sido una gran estafa para todos los españoles y catalanes desde sus inicios, como más profundizamos en la crisis de las instituciones, de la polí­tica, la economí­a y el estado, más nos damos cuenta de ello. La Constitución es también un papel caduco que ha blindado el bienestar de quienes cobran la deuda, pero no ha sido modificado en ningún otro punto desde que fue redactada por un pequeño grupo de polí­ticos que no nos representan. La organización territorial de España es una broma pesada y las pretensiones de unidad, uniformidad y expolio de todo el territorio desde Madrid, vergonzantes. La clase polí­tica española gobierna exclusivamente para los poderes económicos y acusa una factura fascista en vocabulario y formas.

Con todo, ¿qué hay de las instituciones catalanas? ¿Qué hay de nuestra clase polí­tica y nuestros banqueros? ¿Para quién gobiernan quienes antes como mí­nimo podí­amos identificar como convergentes y ahora danzan agrupados entre PDE Cat y encajando con una Esquerra Republicana que de izquierda ya no tiene nada? ¿Quién, al fin y al cabo, ha aprobado presupuestos demoledores, mientras nos repetí­a que nos ajustáramos los cinturones, y encabeza años de transferencias de la pública a la privada sonriendo a la medida de la “Caixa de pensions” -ahora CaixaBank-? La retórica de salvación nacional que ha adoptado la derecha catalana, jamás independentista hasta muy recientemente -si hacemos memoria-, es una retórica de salvación de sí­ misma, para la misma clase que gobierna el entramado polí­tico-empresarial y que lo hará siempre. Quizás resulte incómodo recordarlo en dí­as de euforia en que las calles se llenan espontáneamente y avalan y justifican la existencia de esta misma clase, pero es radicalmente necesario. Que las acciones absolutamente fuera de lugar de unos no nos presenten como héroes inmaculados y defensores del pueblo a los otros. Difuminar las diferencias hasta el punto de ignorarlas en nombre de “hagamos primero un paí­s y luego…”

¿Y luego qué? ¿Y después cuándo? Cualquier desobediencia que siga avalando y reforzando las instituciones de cualquier estado que gobierne para el capital es estéril. Este paí­s “nuestro” seguirá siendo “suyo” durante treinta o cuarenta años más, y seremos muchos quienes perderemos la partida. La precarización de la vida a todos los niveles proseguirá sin freno. Sí­, el orden de los factores altera el producto. Entregar el poder a la élite polí­tico-financiera para que siga configurando una hoja de ruta que ni siquiera se debate en las calles, en los medios…es perder de entrada. Ninguna revolución popular puede iniciarse bajo semejantes parámetros. Es como si hablar de qué paí­s ya no contara, cuenta llegar a esta meta que, en aras de un misticismo y de la necesidad de vencer al enemigo, se convierte prácticamente en la promesa de una recompensa en otra vida, pintada de la abundancia de la felicidad y recursos que la vida en común de una sociedad de ciudadanos supuestamente harmónica debe proveer. ¿Podemos realmente caer en esta trampa? ¿Convertiremos la polí­tica en espectáculo nacional de masas nuevamente sin añadir una nueva pretensión para reconstruir unas condiciones de vida que cada vez se ven más y más atacadas?

La única esperanza reside en la brecha que ahora se abre, en la brecha que puede comportar el hecho que tanta gente movilizada le dé un vuelco al curso de los acontecimientos. Que a quienes lo creen bajo control se les escapen las riendas, que se vean superados por el verdadero movimiento de la gente, de base y autoafirmativo, sin pedir ni lí­deres ni promesas, sino arrancando un futuro que invierta de manera radical las reglas del juego. Que exijamos entre todas una vida distinta si realmente conquistamos el poder de definirla, como se nos dice, sin que Artur Mas -que, efectivamente, sigue maniobrando desde la sombra de forma capital- ni Junqueras ni De Guindos ni Rajoy tengan cabida en ella. Sí­, es esta brecha la única esperanza, la brecha que rompa el espejismo, todos los espejismos, para unirnos al movimiento real que anule y supere el estado de cosas actual.

21 de septiembre de 2017.

Fuente: Bcn ens ofega.

 

Un Comentario para “Hacer caer el régimen del 78, más allá del Estado y el referendum”

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