Publicado por DV & archivado en Burgos, Historia, Relato.

Garcia Mayo 37El 13 de abril de 1931 el antiguo penal de Burgos amanecerá contagiado por una convulsión que recorre todo el paí­s. Los presos, capitaneaos por el anarquista catalán Juan Garcí­a Oliver, se amotinan desafiando las represalias de la dirección. Llega por fin el desenlace de este apasionante relato que tiene como protagonistas a los reclusos de la antigua cárcel de Burgos. Relatos (1, 2)
En un movimiento de protesta como el que estábamos preparando era necesario tener en cuanta la objeción que nos habí­an realizado los cabos.  Habrí­a que tener en cuenta que durante el tumulto algunos presos podrí­an cobrarse las numerosas cuentas pendientes con la dirección del penal  lanzándose a una degollina del  personal de guardia. Una venganza que sin lugar a dudas también se extenderí­a a los cabos de vara. Eran muchos los presos que albergaban un profundo resentimiento por las brutales palizas y los largos periodos de celda.  La dirección del penal de Burgos habí­a estado gestando a sus espaldas un odio visceral, cocinado a fuego lento durante años, un odio antiguo y enquistado que la nueva situación podrí­a hacer saltar de un momento a otro.
En realidad la dirección del penal de Burgos no distaba demasiado del submundo carcelario que en ella se hacinaba. Si a Burgos eran destinados los condenados calificados de incorregibles, algo parecido ocurrí­a con los oficiales y jefes que allí­ destinaba la Dirección General de Prisiones. Desde el director al maestro, aquellos hombres destacaban por su afición a la bebida, sus maneras cí­nicas y socarronas, y en ocasiones, como bien  habí­a demostrado el odiado Jefe  de Servicios, Don Juan “El Gallego”, su particular inclinación por la vejación gratuita.

Antigua Carcel de Burgos

En aquel ambiente cualquiera podrí­a dar rienda suelta a sus pasiones y hacer fracasar la única oportunidad que nos quedaba para abandonar aquellos muros. Algunos de los presos  hicieron legar sus temores a Juan.

– Nos la estamos jugando a una carta, catalán.

– Tenemos que apoderarnos de la prisión y obligar a que en Burgos se proclame la República, solo así­ podremos tener alguna oportunidad. Lo principal es que cada cual cumpla lo acordado. Vosotros manteros firmes durante el plante, los cabos que nos apoyan tienen que evitar que ningún otro cabo secunde las órdenes del director, de los ayudantes o de los oficiales.

-Pero  la sangre va a correr a raudales…

– Creo que podemos evitar eso, al fin y al cabo el nuestro es un motí­n que tiene una finalidad muy concreta, no es un simple ajuste de cuentas. Si todo sale bien al final estarán los indultos y para mucho la libertad inmediata.

El patio de la prisión de Burgos era un rectángulo de unos 250 metros de largo por unos 100 de ancho. En él debí­an formar los reclusos, ya fuese para iniciar los desfiles, para recibir las raciones, en todo tiempo, lloviese o nevase. Habí­a que hacer un plante en frí­o negándonos a recibir el desayuno, evitando en todo lo posible dispersarnos por el patio.

El eco de los pasos

Aquella mañana del 14 de abril de abril de 1931 las miradas tensas señalaban la inminencia del levantamiento. Las consignas a seguir estaban claras. –Qué nadie acepte sus platos a tomar su ración, que nadie se mueva de la formación-. Era un órdago del que no tení­amos la certeza de tener un as debajo de la manga.

No habí­an transcurridos unos minutos cuando apareció a la entrada del patio el corneta de órdenes para dar los toques de formación. Todos obedecimos con naturalidad. Nunca antes las cuatro formaciones se habí­an alineado tan rápidamente. En el muro cinco soldados con sus fusiles nos observaban mientras fumaban los primeros cigarrillos de la mañana. Con los cuatro rancheros vení­an como siempre los cuatro oficiales de turno y, junto a estos, los cabos de vara de cada Brigada. El oficial apodado “La Mar Salada”  por ser esta su interjección favorita, a l ver que lo platos no habí­an sido colocados en el piso del patio, como era obligado, pregunto extrañado al cabo jefe:

-¿Qué pasa?¿No tomáis café hoy?

Oí­ a Carvajal que contestaba:

-Pregúnteselo a Garcí­a Oliver

De inmediato el oficial se dirigió hasta donde se encontraba el preso que parecí­a responsable de aquella insubordinación.  La voz cavernosa de aquel oficial  rasgó el silencio en el que se habí­a sumido el patio del penal.

– Vamos a ver catalán, me quieres explicar qué es lo que está pasando aquí­.

– Ocurre que la República se ha proclamado en toda España y que usted lleva todaví­a la coronita real en la gorra. Dí­gale al director que venga.

La cara del oficial de turno comenzó hincharse, parecí­a que las venas del cuello le estuviesen a punto de reventar. Mordiéndose la lengua en un gesto cazurro que habí­a visto tantas veces repetido nos dirigió una torva mirada al resto de presos en formación.  Enseguida se le acercaron los otros tres oficiales, en voz baja parecí­an valorar las consecuencias que les acarearí­a aquel plante dirigiendo continuas miradas hacia nuestra zona. Cuando quisieron dirigirse a la formación de cabos el “Maceo” y el Iglesias se adelantaron y señalando a Juan les dijeron: “í‰ll es quien manda”

Apareció el administrador, acompañado de cuatro oficiales, del ayudante de servicio y de algunos vigilantes. Se dirigieron como una exhalación hacia la zona donde se encontraba Garcí­a Oliver. Yo me encontraba formando justo a su lado observando como se desarrollaban los acontecimientos.

-¿Pero qué pasa?- pregunto el administrador visiblemente preocupado por la parte que le tocarí­a en las posibles represalias que podrí­a tomar la dirección del penal.

– Pasa que no me gusta la coronita que llevan en la gorra. Solo vamos a hablar con el director, así­ que dí­gale que venga ahora mismo y no pierda más el tiempo.

No habí­an transcurrido dos minutos cuando en la pasarela del muro un pelotón de soldados, cabos, sargento y oficial de mando, apareció. El oficial dio una orden en voz alta y los oficiales apuntaron sus fusiles hacia los presos.
Nadie se movió. Todos nos mantuvimos en actitud rí­gida, la cabeza levantada y el pecho abombado. Habí­a llegado el momento en el que se decidí­a el porvenir de todos. Instintivamente  los presos más comprometidos con el plante nos fuimos agrupando en torno a Juan formando en primera lí­nea. Arriba, en la pasarela, los soldados seguí­an apuntando sus fusiles hacia todos nosotros. Habí­a llegado el momento de la verdad, delante de nosotros, de tras de aquellos odiosos muros se encontraba la libertad. La libertad para todos o la muerte bajo los disparos de los soldados.

Garcia SelloGarcí­a Oliver salió de la formación y se dirigió a los soldados con voz tranquila: “¡Soldados! No apuntéis vuestros fusiles hacia nosotros. Nos hemos sublevado porque queremos que en Burgos, al igual que en Madrid y Barcelona, se implante la República. Tenéis el deber moral de secundar nuestro movimiento para evitar que en Burgos triunfe la monarquí­a.  No es apuntando los fusiles como podéis hacerlo, sino muy al contrario, utilizándolos para obligara a nuestros carceleros a que nos pongan en libertad. Que ya en la calle nos jugaremos la vida a vuestro lado en pro de la libertad”.

Escuchando el discurso de aquel anarquista catalán pude comprender el significado que los revolucionarios rusos, de los que después de mi estancia en la cárcel de Burgos tanto pude leer, daban a los primeros soviets de campesinos, obreros y soldados.

– Si no osáis ayudarnos a recobrar la libertad, dejad al menos de apuntarnos, dadnos vuestros fusiles que con ellos saldremos a forjar un mañana nuevo. Soldados. ¡Viva la libertad, viva la revolución!.

Las voces de los setecientos penados corearon los ví­tores. Los soldados parecí­an vacilar dejando de apuntarnos con sus armas. Cuchicheaban formando corros. Parecí­a que entre ellos las opiniones diferí­an. De pronto apareció el oficial de guardia, pistola en mano, y ordenó a los soldados: “¡Abajo! ¡Fuera de la pasarela!.
Los soldados emprendieron la marcha hacia el cuerpo de guardia. Los últimos, entre los que creí­ distinguir al sindicalista asturiano que nos habí­a informado de la situación en el resto de España, no hací­an gestos de despedida con la mano.

Un atronador ¡viva la libertad! Salió de las gargantas de los presos. Rompimos filas y nos agrupamos en torno aquel preso catalán que habí­a logrado conferir valor a aquellos hombres que desde hací­a años gravitaban en le submundo carcelario.
Habí­amos triunfado ante la exhibición de fuerza intentada por los oficiales del cuerpo de guardia, seguramente instigados por el director de la prisión. Ahora, la dirección del penal intentarí­a un gesto más sutil. Era necesario adelantarse a lo que podrí­a ocurrir. Rápidamente hicimos un cí­rculo para debatir cuál serí­a el próximo paso a dar. El griterí­o era ensordecedor, cientos de voces se agitaban planteando diversas conjeturas.

– Creo que tenemos ganada la partida. Pero serí­a peligroso que ahora nos dispersásemos y que los flojos buscasen el arrimo de la dirección y los bravos causasen desordenes. Es necesario estar atentos y mantener la disciplina, en este momento tenemos que constituir un Comité Revolucionario de Dirección.

– ¿Qué haremos cuando aparezcan el director y los altos mandos?- pregunto “Maceo”.

– Hay que evitar que entren por las bravas. Tú y el Iglesias tenéis que situaros a ambos lados de la puerta del patio, seguramente vendrá acompañados por los cabos de ayudantí­a y los de Higiene.  Tendréis que interponeros entre ellos y el director para que no les de por hacerse los valientes. Los del Comité atenderemos a la dirección diciéndoles que se reúna con nosotros en la escuela.

Gracia Oliver cansado

No habí­an transcurrido ni diez minutos cuando el corneta de órdenes apareció y toco las notas correspondientes al rango máximo, el director.
Acompañado de sus subordinados más inmediatos hizo aparición en el patio del penal. Vestí­a uniforme galoneado, bastando de mando con los colores del ejército y gorra de plato rematada por la corona real. Queriendo aparentar firmeza nos lanzó una mirada despectiva, con el  ceño fruncido y mirada penetrante. Tras esos ojitos grises de rata se escondí­a el miedo.
Tras caminar unos pasos el director se acerco a los presos que nos habí­amos constituido como Comité.

– ¿Qué pasa aquí­? ¿Qué queréis?

– De sobra sabe usted que este no  es lugar apara hablar. Vamos a la escuela para hablar como personas, sentados.

-Vayamos allá entonces- respondió el director en un susurro casi inaudible.

Los oficiales del director pasaron delante y seguidamente lo hicimos los miembros del Comité, los presos y los cabos. La escuela serví­a de iglesia los domingos y dí­as festivos. Era bella con sus columnas y sus palmeadas ojivas góticas. Nos sentamos cuantos cupimos; los demás se quedaron de pie en los pasillos. En la mesa del maestro se sentó el director rodeado por sus oficiales. A sus espaldas, en la pared, pendí­a el retrato de Alfonso XIII.

El director comenzó a hablar:
– Ocurre algo en España pero todaví­a no es general…

-Permí­tame usted –le interrumpió desde su mesa escolar Garcí­a Oliver-.No estamos aquí­ para que nos sermonee con discursos. Aquí­ hemos venido para que usted reciba nuestras órdenes, pues desde este momento son ustedes nuestros prisioneros. Usted y los oficiales que lo acompañan se quitarán la corona real de sus gorras, se descolgará el retrato de Alfonso XIII y uno de sus oficiales saldrá del penal, irá al ayuntamiento y allí­ dirá de nuestra parte que deben constituir una junta republicana de gobierno, proclamar la República en Burgos y ponerse al habla con el gobierno provisional de Madrid, explicando detalladamente lo ocurrido en el penal e informando de la actitud de todos los presos.

PinturaTres cuartos de hora después de la salida del oficial de dirección, apareció en la escuela el oficial secretario del director. Vení­a del ayuntamiento donde se estaban reuniendo representantes de las fuerzas vivas de la ciudad y algunos representantes polí­ticos republicanos. Traí­a el encargo de comunicárnoslo para que dejásemos libres a los elementos de la dirección que tení­amos de rehenes. Tras un cambio de impresiones decidimos disolver la reunión  y salir al patio en espera de las noticias que nos trajese la Junta Republicana. La población del penal estaba alegre y satisfecha.

Todo parecí­a marchar bien. En el patio y en el claustro los presos paseaban, parloteaban y prorrumpí­an en gritos de ¡Viva la liberta! ¡Viva la República!.

A medio dí­a aparecieron en la entrada del patio el director y tres personas vestidas de paisano. Una de ellas era bien conocida por todos los presos pues se trataba de Antolí­n Dí­az, contratista del taller de alpargatas del penal, para quien trabajábamos más de cuatrocientos presos. Aquella Junta Republicana parecí­a tener muy poco de obrero. ¿Podrí­amos esperar la aplicación de un indulto por parte de aquellos burgueses a quienes seguramente repugnaba nuestra solo presencia?

Nos fuimos a la escuela. El Comité dejó que se hablase en barullo, de pie, casi encima unos de otros. Oí­ como Antolí­n Dí­az decí­a:
-“La República ya la tenemos en toda España. Esta mañana, procedentes de Francia, han pasado la frontera varios dirigentes republicanos, en dirección a Madrid. La Junta Republicana que yo presido se ha dirigido por teléfono al gobierno provisional. Entre otras cosas nos han asegurado que ya esta en funcionamiento una comisión de juristas para elaborar un amplio indulto para presos sociales y polí­ticos. Nos han encargado de comunicarle a usted, señor Juan Garcí­a Oliver, que tenga un poco de paciencia pues seguramente saldrá usted en libertad en el curso del dí­a”.

Los presos quedaron satisfechos con las noticias que les dieron. Sabí­an algo sobre su destino, sabí­an algo que oficialmente se les habí­a comunicado a ellos. Tení­amos la certeza de saber que los  largos años de encierro se iban a convertir en pocos años, quizás meses o dí­as para algunos. Juan Garcí­a Oliver dejarí­a el penal de Burgos esa misma tarde.

Una incertidumbre aguijoneaba mi conciencia. Si el destino de la recién proclamada República estaba ya en manos de personas como Antolí­n Dí­az, contratista del taller de alpargatas del penal y testaferro del industrial burgalés Perfecto Ruiz Dorronsoro, a los correligionarios de Garcí­a Oliver les esperaban tiempos muy duros, pero no solo a ellos. Los parias y desheredados como yo tampoco lo tendrí­amos mucho mejor en aquel nuevo régimen republicano.

Garcia Oliver y Federica Montseny

Antes de que saliera del penal nos abrazamos intensamente. No sabrí­a expresar el torbellino de sentimientos que se agolparon en mi cabeza pujando por salir. Si soy sincero he de confesar que una cierta desilusión se apoderó de mi persona. Sentí­ miedo; miedo y rabia de no poder cruzar los muros de aquel penal junto con quien habí­a sido uno de mis mejores compañeros dentro de aquellos muros.

¿Se cumplirí­an las promesas de la recién creada Junta Republicana? ¿Era todo aquello un nuevo engaño para tenernos nuevamente amarrados por cientos y cientos de cadenas?

Antes de cruzar la puerta del penal de Burgos aquel catalán de temperamento indomable se giró y me saludo con el puño en alto. Allá se iba el sanguinario pistolero como le definí­a la prensa de la época, el hombre que en un congreso de la CNT en 1936 propuso ir a por el todo e instaurar el comunismo libertario ante una posible sublevación fascista. Aquel mismo hombre que la combatió en primera persona en las calles de Barcelona durante las jornadas de julio del 36. Aquel que durante el funeral por la muerte de Durruti pronunciara  ese histórico discurso en el que se referí­a a su grupo Los Solidarios, creado en los difí­ciles años del pistolerismo patronal, como los reyes de la pistola obrera de Barcelona, los mejores terroristas de la clase trabajadora. Aquel mismo Juan Garcí­a Oliver que paradójicamente llegarí­a a ser Ministro de Justicia (1) por la CNT-FAI durante la Guerra Civil Española y cuyo primer decreto fue destruir todo el archivo de antecedentes penales que existí­a en el gobierno.

En la puerte del penal de Burgos esta ba Garcia Oliver, quel anarquista que pidió a los obreros que depusieran las armas durante los convulsos hechos de mayo del 37 en Barcelona, y aquel mismo que participarí­a años después en la elaboración de un atentado frustrado contra el General Franco (2) en su residencia de Ayete.

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Se iba Juan Garcí­a Oliver del penal de Burgos.  Detrás de él quedábamos cientos de presos con la esperanza de que aquel motí­n que habí­amos preparamos conjuntamente sirviera para acortar nuestras condenas.


Epí­logo a una revuelta en el penal de Burgos

Mi condena se vio reducida a la mitad. Salí­ del penal de Burgos en febrero de 1936 beneficiándome de un nuevo indulto parcial emitido tras el triunfo electoral del Frente Popular. Burgos se habí­a convertido en una desconocida para mí­,  ya no habí­a nada que pudiera retenerme en aquella ciudad.  Después de pasarme por la sede del sindicato única CNT en la Plaza Vega para saludar a Nicolás Neira cogí­ un tren para Barcelona. En breve tuve la ocasión de vivir los increí­bles jornadas del 18-19-20 de julio. Una vez derrotados los militares facciosos se pasó a constituir el Comité de Milicias Antifascistas, donde fui designado escolta personal de Juan Garcí­a Oliver.

anarquitas en Barcelona

Por retrasar la revolución, como nos pedí­an los burgueses, perdimos la guerra, y al final solo nos quedo el exilio. Juan partió para México pasando por Suecia y la URSS. Yo, el compañero Macario como él solí­a llamarme, me quede en Francia luchando primero contra la ocupación alemana y los agentes de la GESTAPO, y después contra mis propios fantasmas.Nunca más volví­ a Burgos. Atrás quedaban sus frí­as noches en las que las estrellas se asomaban con curiosidad al alma de los habitantes de su antiguo penal.

Notas al tercer capí­tulo

(1) Juan Garcí­a Oliver fue designado como Ministro de Justicia por la CNT-FAI en la época de colaboración gubernamental en el ejecutivo presidido por Largo Caballero durante la Guerra Civil Española. Otros “ministros anarquistas” fueron Federica Montseny con la cartera de sanidad.

(2) Juan Garcí­a Oliver forma parte del organismo conspirativo denominado D.I. (Defensa Interior) utilizado durante la primera mitad de los años 60 por los anarquistas españoles en el exilio para realizar acciones armadas contra el régimen franquista. Garcí­a Oliver tomo parte en la preparación del atentado contra Franco en el palacio que el Generalí­simo tení­a en la localidad donostiarra de Ayete. El plan consistí­a en colocar una bomba con varios kilos de explosivo en la carretera que conducí­a al palacio y hacerla detonar al paso del coche en el que viajaba Franco.

4 Comentarios para “La Revuelta. Crónica de un motí­n en la antigua prisión de Burgos (III)”

  1. Hasta el triunfo total de la clase trabajadora

    Co un fragmento del discurso que se muestra en el video empezaba uno de los discos de Sin Dios, creo que era “Guerra a la guerra”, no?

  2. kam

    esa frase la dice en la cancion “la Idea” de sin dios que daba como ejemplo a seguir al anarquista juan gracia oliver con su doctrina que planteaba en los pueblos de españa

  3. JUAN FRANCISCO ARANA RUPELO

    Poco ha cambiado en las cárceles españolas. todavía quedan industriales como Ruiz Dorronsoro para explotar a los presos.

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