Emilio Botín, uno de los hombres más ricos y poderosos de España, ha fallecido hoy de un ataque al corazón a la edad de 79 años. La repentina muerte del banquero se llora con amargura desde las más las esferas de la política nacional donde se dan cita plañideras y estómagos agradecidos. No voy a decir que me alegre de su muerte ni brindaré con champagne, pero a decir verdad me entristece mucho más la muerte silenciosa de aquellos otros que pierden su vida en el puesto de trabajo o se dejan el pellejo tratando alcanzar la frontera de un lugar que alguien les ha descrito como lo tierra prometida y la realidad se obstina en desvelar que no es tal.
Botín, el “mejor embajador de la marca España” nos ha dejado de forma súbita, casi sin darnos cuenta, pero irremediablemente para siempre. Al fin y al cabo, si hay algo que iguala a oligarcas y menesterosos, a los grandes prohombres del sistema financiero y a los curritos de a pie, esa es sin duda la muerte; quizá el único mecanismo verdaderamente democrático e igualitario de nuestros tiempos.